Esta semana se cumplieron 18 años del día en que un grupo de sicarios de la columna Teófilo Forero de la entonces guerrilla de las Farc irrumpió en Rivera, Huila, y le dio un golpe letal a la democracia colombiana: masacró a 9 de los 11 concejales de un pueblo. Como si las vidas de seres humanos no importaran, las Farc pretendieron el 27 de febrero de 2006 darle así una lección al presidente de aquella época, Álvaro Uribe, que había desplegado un plan para diezmarlos como grupo ilegalmente armado.
Fue un ataque demencial, como la de todos los episodios horrorosos que cometió la Teófilo Forero al mando de alias ‘El Mocho’ y alias ‘El Paisa’ y los cuales fueron patrocinados por el antiguo secretariado de las Farc, cuyos integrantes hoy gozan de beneficios políticos, económicos y de otra índole gracias al acuerdo de paz firmado en 2016.
Los guerrilleros, vestidos de camuflado, ingresaron a un estadero en donde sesionaban los concejales y desde diferentes posiciones dispararon sus fusiles. Aunque las muertes fueron instantáneas, luego, uno a uno, fueron rematados con tiros de gracia.
No hubo nadie que protegiera a los servidores públicos. Dos policías asignados a la seguridad de la sesión huyeron despavoridos tan pronto escucharon los primeros disparos. Los concejales quedaron a merced de sus verdugos.
En el salón alquilado para la reunión quedaron dispersos, como si hubiese intentado esconderse, los cadáveres de Sélfides Miguel Fernández, Arfail Arias, Luis Ernesto Ibarra Ramírez, Octavio Escobar González, Aníbal Azuero Paredes, Jaime Andrés Perdomo Losada, Moisés Ortiz Cabrera, Desiderio Suárez, y Héctor Iván Tovar.
¿Puede alguien defender un acto de semejante naturaleza? ¿A alguien le puede generar placer o algún tipo de sentimiento de aprobación esta masacre por parte de las Farc? ¿Por qué 18 años después sus autores no han revelado toda la verdad sobre los financiadores y auxiliadores? ¿Por qué les ha costado tanto pedir perdón y reparar a las víctimas?