Y el mundo se detuvo, irremediablemente

Hoy, en el día del idioma, el escritor laboyano, Gerardo Meneses, entrega para los lectores de LA NACIÓN sus reflexiones sobre el impacto de la pandemia. “En esta casa por cárcel a la que estamos forzados, quizá sí valga la pena una llamada, un mensaje para acompañar a quienes amamos y nos aman”, dice.

 

Gerardo Meneses Claros

Escritor

 

Lo había advertido Eduardo Galeano en uno de sus tantos escritos sobre el desaforado ritmo con el que llevábamos la vida. Mafalda misma había solicitado “detengan el mundo, yo me quiero bajar”. Esto que nos está pasando algún día tenía que pasar; lo que no imaginamos fue que nos tocara vivirlo de manera tan violenta y radical.

Virus creado en laboratorio, políticas maquiavélicas de los dueños del mundo, ira divina, profecía cumplida, o resultado natural de lo que con el planeta estamos haciendo; desde la óptica que lo veamos, desde la lente con la que se mire, este mundo está enfermo. Y no precisamente de coronavirus.

Vivo en Pitalito, un pueblo grande en el que aún hay campos con aire puro, aguas limpias, pájaros que llegan a los solares, caminos por donde se puede recorrer a pie y gente a la cual saludar y con quien aún tenemos el privilegio de compartir, de reírnos, de disfrutar la vida elemental de un pueblo ¿Cuántos como yo en el mundo pueden darse ese lujo? Un lujo que todos tuvimos en algún momento de nuestra vida, cuando la tierra era otra, cuando el mundo era otro, cuando la humanidad no se había desbocado en esta carrera frenética de consumismo, corrupción, devastación y ambición.

Ahora que en las noticias vemos al mundo encerrado obligatoriamente, a miles de personas pidiendo un pedazo de pan, un vaso de leche para sus hijos, algo para no pasar otro día muriendo de hambre, ahora es cuando nos damos cuenta de qué es lo que hemos hecho con el planeta.

La soberbia y la indolencia humana no tienen límites. Y no los tendrá. El hombre se creyó rey del universo y así actúa, como el dictadorcito que se cree supremo y poderoso y arrasa con todo aquello que le signifique riesgo para su estabilidad. Ese pareciera ser el modelo de hombre actual, esa pareciera ser la norma de vida moderna. Tener antes que ser; acumular antes que compartir.

¿Tenía que pasarnos una pandemia así para detenernos en esta carrera? La respuesta yo no la sé. Lo que sí sé, a ciencia cierta, es que si quedamos vivos y esto no nos despierta, nada lo hará. Hemos llegado a un estado de caos y confusión que aterra ¿Eso es vivir? ¿Para eso nacimos y estamos en este mundo?

Tecnología, humor…

Desde mi visión de artista, de ser sensible, el mundo me duele; la vida perdió el sentido y es necesario recuperarlo. La tecnología, en vez de acercarnos, nos alejó brutalmente de quienes más cerca tenemos. Una sola persona tiene miles de amigos virtuales, pertenece a decenas de grupos de whastapp, no logra despegarse del teléfono y se enferma de ansiedad el día que no tiene internet o se le acabaron los datos ¿No es esta la forma más dolorosa de la soledad? Ahora en este aislamiento obligatorio, en esta casa por cárcel a la que estamos forzados, quizá sí valga la pena una llamada, un mensaje para acompañar a quienes amamos y nos aman, no a los amigos virtuales o a los integrantes del grupo de WhatsApp a quienes es tan fácil contradecir, ofender e incluso lastimar; claro, la coraza de grupo te hace valiente.

Es momento de reflexionar, de revisar comportamientos, actitudes; de valorar lo que se tiene; de apreciar el silencio, la soledad, el ocio. Todo esto forma un conjunto inmensamente productivo. Es el momento de producir desde esas orillas, desde lo espiritual, desde lo humano. Pero también es el momento de revisar qué estamos haciendo cada uno por la sociedad  a la cual pertenecemos.

Un país donde la corrupción política roba con absoluto descaro, que mata, que asesina y que corrompe y vuelve a corromper, es un país que tiene una enfermedad peor que el mismo coronavirus; y aun así, hemos sobrevivido. Pero es tiempo también de detenernos a pensar por qué somos tan permisivos con ellos y tan indolentes ante su avaricia. Tenemos tiempo suficiente para pensar, para analizar, no solo en el virus que nos tiene viviendo así, sino también en los otros virus, en esos con los que dolorosamente nos hemos acostumbrado a vivir.

Como el humor es quizá nuestra mejor defensa, el mejor antídoto contra todos los males, es tiempo de verlo como una herramienta de reflexión; no solo del chiste, la frase irónicamente perfecta, la oportunidad para burlarnos por el error cometido, sino del análisis que nos lleve a la preocupación por lo que pasa. Estas semanas de teletrabajo y de clases virtuales han servido para que afloren las verdades desde la risa; para que a eso que se dice como un chiste lo entendamos con la intención real con que fue dicho o escrito o dibujado.

El mundo se detuvo, irremediablemente. ¿Hasta cuándo? Aún no lo sabemos, pero el mundo cambió. Y esta es una lección de la que también tenemos que aprender.

 

 

 

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