Yo elijo continuar con la obra de Jesús

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto» (Lucas 2,46-53).

 

Los cristianos, este domingo celebramos la Ascensión del Señor a los cielos, esto querer decir que Él sube por su cuenta. Terminamos hoy el tiempo de la Pascua y comienza en tiempo de Pentecostés, tiempo de la Iglesia. Cuando Cristo desparece de la vista de sus discípulos, lloran su ausencia. Ya no escuchan sus palabras ni sienten el calor de su cercanía. Ya no ven más al Maestro, el Amado. Pero “dichosos los que crean sin haber visto”. Él les había prometido su presencia continuada: “Sabéis que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Pero ¿dónde se encuentra el Señor? Es ahora cuando la fe tiene que empezar su tarea. Por algo dijo Jesús: “Os conviene que yo me vaya” Una de las razones, para que la fe se ponga al día. Creer es descubrir las ocultas presencias de Cristo.

El que tiene la fe despierta no tardará en encontrar al Señor. ¿Dónde podrá encontrarle? Hay cinco lugares especialmente epifánicos: no tanto allá arriba, en el cielo, sino en: – La comunidad, porque “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Es lugar privilegiado de encuentro con el Señor, sacramento permanente y personalizado de Cristo. – La eucaristía, donde la presencia se hace más viva y real, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sacramento inapreciable. – La palabra, porque el Señor sigue enseñándonos; sus palabras no pasan y “el que a vosotros escucha a Mí me escucha”, sacramento profético de Cristo. – El pobre y el niño y el que sufre, porque “lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”, sacramento entrañable de Cristo doliente. – El corazón de todo creyente, del que ama, y “si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él, y haremos morada en él”, sacramento vivo de Cristo. Estas presencias ahora están veladas y sólo pueden ser vistas por la fe. Llegará un día en que los velos desparezcan y entonces veremos a Dios cara a cara, “lo veremos tal cual es”. Mientras tanto, la fe nos permite gozar anticipadamente, aunque veladamente, de esta realidad. La Ascensión es invitación al compromiso.

Jesús terminó su obra, pero nos dejó a nosotros la misión de continuarla y completarla: “Id…” No nos quiere mirando al cielo… Jesús ya no está aquí, pero nosotros le prestamos nuestro cuerpo para hacerle presente. Jesús ya no tiene aquí sus manos, pero las nuestras le sirven para seguir bendiciendo, liberando y construyendo la fraternidad. Jesús ya no puede recorrer nuestros caminos, pero nosotros le prestamos nuestros pies para acudir prontos a las llamadas de los pobres. Jesús ya no puede repetir sus bienaventuranzas ni proclamar el año de gracia ni pronunciar palabras de vida eterna, pero nosotros le prestamos nuestros labios para seguir anunciando la buena noticia a los pobres y la salvación a todos los hombres. Jesús ya no puede acariciar a los niños, curar a los enfermos, perdonar a los pecadores, pero nosotros le prestamos nuestro corazón para seguir estando cerca de todos los que sufren y volcar sobre ellos la misericordia de Dios. Queda todavía mucho por hacer. Jesús necesita de todos nosotros. No ha llegado aún el momento del descanso.

Ofrezcámosle al Señor todo lo que podamos; quizás sólo sea una oración o un dolor o una palabra o un servicio o un gesto de solidaridad y comunión. Todo vale, con tal de que sea hecho en el Espíritu. Es el momento de nuestro compromiso. No podemos quedarnos mirando al cielo cuando hay tanto que hacer en la tierra

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