Paisaje mustio

En esta época del año, la explosiva floración de colores rosa, morado y amarillo de los árboles que adornan nuestras calles y los secretos que ella nos revela, contrasta tristemente con el negro y gris que dejan los recientes incendios forestales en el municipio. Este paisaje mustio —marchito y sombrío—nos invita a reflexionar sobre la educación, la conciencia y la responsabilidad ciudadana en temas ambientales y su impacto en la biodiversidad cercana.

Hasta la fecha, 234 hectáreas del municipio han sido devastadas por conflagraciones, y según el Cuerpo Oficial de Bomberos de Neiva, el 99% de ellas han sido provocadas. De 177 intervenciones en incendios forestales, 85 fueron causadas por la quema indiscriminada de basura y el abandono de escombros cerca de áreas verdes de la ciudad, sumadas a la temporada seca que atravesamos. Esta combinación es una amenaza inminente para la vida silvestre y las comunidades aledañas. No existen cifras precisas, o si las hay, agradeceríamos que se compartan, pero lo que resulta claro es que las pérdidas en fauna y flora asociadas a estos incendios son alarmantes. Mamíferos, aves, reptiles, anfibios, invertebrados, árboles y arbustos –todos sin excepción– sufren pérdidas inconmensurables en estos desafortunados eventos.

A pesar de todo, Ocobos, Jacarandas y Chicalás cubren a Neiva con una sinfonía cromática. La desnudez de estos árboles en verano y su floración en masa responden a uno de los mecanismos más sobresalientes del ecosistema en el que los neivanos habitamos: el Bosque Seco Tropical. Este es uno de los hábitats más amenazados del planeta, y sobrevivir a sus duras condiciones requiere de importantes estrategias de adaptación evolutiva. Durante la temporada seca, estos árboles se despojan de todas sus hojas para minimizar la pérdida de agua y concentran sus energías y recursos en el efímero estallido floral que presenciamos por estos días. Su propósito es atraer la mayor cantidad de polinizadores posible: aves, murciélagos e insectos que acuden para deleitarse con su néctar. Así, desarrollan frutos que, en la temporada de lluvias, asegurarán la germinación y subsistencia de la especie y de aquellos que dependen de ella.

Incinerar voluntariamente esta biomasa roba al ecosistema la posibilidad de recuperarse y de permitir la reproducción de estas y otras especies que, forzadas a migrar, deben competir en desventaja por completar sus ciclos de vida. Estos seres, bioindicadores del clima, merecen nuestra admiración y nuestros esfuerzos por su conservación y cuidado. Como dijo el ambientalista francés Jacques Yves Cousteau: “Solo puedes proteger lo que amas y conoces”. Que los colores que vemos hoy en el paisaje nos prometan nuevos comienzos, y que el único negro que vista la ciudad sea el luto por los animales y plantas que perdimos durante la temporada de incendios.

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