La culpa es suya

Más allá de los abusos reales y muy dolorosos que suceden en nuestra sociedad, en los que es necesario considerar víctimas y responsables para generar el proceso de restitución necesario, hoy quiero dedicar esta columna a nuestro discurso aprendido de víctima.

Es natural que por haber nacido humanos y tener una larga historia de sufrimiento colectivo, hayamos aprendido que la culpa siempre la tiene alguien más.

Hemos aprendido tan bien este discurso que poco nos hemos dado cuenta de que psicológicamente hemos construido una personalidad víctima, no únicamente respecto a temas sociales, si no respecto todo. Lo podemos ver en la relación que tenemos con nuestra familia, con nuestra pareja, con nuestros amigos, etcétera. Pareciera que nos vinculamos con quienes nos rodean como si ellos nos debieran algo.

También hemos aprendido a conectar entre nosotros desde el sufrimiento, buscamos compasión, así como merecimiento y, entonces, competimos para ver quién ha sufrido más o menos, para así verificar quién merece más. Es más, disfrutar parece pecaminoso, pues también nos comparamos para que veas que a ti no te toca tan duro como a mí, o viceversa.
Quedamos tan marcados que, sin importar el ámbito que sea, estamos buscando quién cumple y quién no cumple con mis expectativas para luego decir que me siento así o asá por culpa de ese alguien más, quien sea que sea y haya hecho lo que haya hecho.

Debido al trauma y a la herencia transgeneracional de dolor, hemos olvidado por completo la responsabilidad sobre nosotros mismos y así la posibilidad de una sana autodeterminación que significa capacidad de elección espontánea.

Si hacemos la tarea de observarnos y observar el funcionamiento de nuestra sociedad desde lo más pequeño, encontraremos una de las raíces de nuestro eterno conflicto: la falta de responsabilidad individual. Vemos o suponemos la paja en el ojo ajeno y definitivamente no vemos la biga que llevamos en los nuestros.

Lo importante es que cuando este patrón de comportamiento es notado, es posible pausar y preguntarnos si eso de lo que estamos tan seguros es cierto: lo que nos debe o nos causa el otro. Detonados por esa pregunta tendremos que pararnos frente a un espejo, desnudarnos y ver qué es ese mecanismo interno que está causando que culpemos a todo el mundo de nuestro estado interior.

En el momento en que se genera este giro, una llama de acción se enciende en el corazón. Es una llama revolucionaria que pide a gritos responsabilidad y acción más allá de la pasividad detrás del juicio que dice que quien no actuó fue el otro. Muere la víctima y el victimario es liberado -en sentido psicológico- para que cada uno pueda hacerse cargo de sí mismo rompiendo con cadenas de dependencia y luchas de poder que perpetúan un conflicto que parece no acabar y cada vez apretar más duro.

Hagámonos responsables de nuestras acciones, de nuestro pensamiento, de nuestro sentir y, encendamos una antorcha revolucionaria no violenta en el mundo. Le aseguro que sí es posible.

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