Como el pastorcito mentiroso

Cada vez que le abren una investigación o no le aprueban un proyecto, el presidente Petro asegura que lo quieren matar o sacarlo del cargo, sin mostrar ninguna prueba que lo demuestre.

Paradójicamente, los organismos encargados de su seguridad desconocen las supuestas amenazas, lo que no es óbice para entender que los presidentes tienen altos riesgos, por eso su esquema de protección es robusto y cuenta con todas las medidas para evitar un atentado contra su integridad o la de su familia.

Tal comportamiento no le sirve a él mismo, ni al país. La seguridad del Presidente es fundamental para la institucionalidad puesto que es la cabeza de una de las ramas del poder, por tanto, es irresponsable que el mandatario de manera permanente asegure que hay un atentado en su contra para victimizarse, afectando la dignidad del cargo.

En ninguna circunstancia puede aceptarse que se atente contra la vida del Presidente, no solo por lo que representa, sino también porque eso lo convertiría en mártir y hasta ahora su gestión no da para considerarlo como parte de ese tipo de héroes que hoy están registrados como inolvidables en la historia de Colombia.

Es imprescindible reiterarlo, Petro fue elegido para cuatro años de periodo que terminan el 7 de agosto de 2026. Hasta ese día debe permanecer en el cargo, ni un día más o un día menos; la mayoría de los colombianos lo decidieron mediante voto popular y no hay razón legal ni institucional para modificar tal decisión.

Ahora bien, que el Gobierno es un desastre y está acabando con lo que funciona es otra cosa; esas son las consecuencias de elegir mal, pero una vez tomada la decisión no podemos pensar que una equivocación de esa magnitud se resuelve defenestrando un Presidente de un día para otro. Son varios los incompetentes y hasta criminales que nos han gobernado y hasta ahora todos han terminado su periodo.

Petro debe quedarse hasta el final, no solo porque debe responder por lo que ha causado, sino también porque como van las cosas terminará constituyéndose en un pasivo para la izquierda del país y de América Latina, y ese extremo ideológico tendrá que aprender la lección y cargar ese pesado fardo eternamente.

Puede suceder que termine como el pastorcito mentiroso quien se divertía alarmando falsamente a sus vecinos con el lobo, y cuando efectivamente este apareció ninguno fue en su ayuda porque no le creyeron. Posiblemente al final de sus días esté peor que el protagonista del cuento: solo, abandonado y hasta repudiado por quienes actualmente son sus obsecuentes seguidores.

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