Un nuevo paisaje urbano

Sorprende recorrer la geografía colombiana y percatarse de que en ciudades medianas y pequeñas del país y aún en algunos municipios bastante pequeños, se está abandonando el modelo de crecimiento tradicional del tejido urbano de los poblados, que consistía en el desarrollo de manzanas con predios individuales, lo cual permitía un modelo de crecimiento orgánico y vivo que se adaptaba a las necesidades de sus usuarios y gestores, donde se podían desarrollar distintos usos en el tiempo de acuerdo al vaivén de sus circunstancias particulares. Hoy, por el contrario, no es extraño ver modelos de desarrollo de conjuntos de edificios aislados, separados de la calle por rejas, sin nada que medie la relación de sus habitantes con el espacio público excepto el punto de contacto de la portería, impidiendo relaciones tradicionales entre vecinos, la posibilidad de la vivienda como herramienta para generar recursos para la familia -en lo que se conoce cómo vivienda productiva o la posibilidad de crecimiento y decrecimiento de los espacios de la vivienda en el tiempo, adaptándose así a las distintas circunstancias de sus ocupantes a lo largo de su vida.

Hoy, por el contrario, se ha impuesto de manera casi irreflexiva en muchos municipios del país el modelo de crecimiento conformado por parcelas de considerable tamaño aisladas de su entorno por medio de una reja, sin vínculo directo con el espacio público o la calle, generando entornos estáticos que difieren con la condición viva y dinámica de las ciudades, que había sido una de sus características más interesantes. Así se desestimula los emprendimientos y el desarrollo económico local, se incrementa la necesidad del uso del vehículo particular, se suplanta el rol de las instituciones democráticas, se estimula la aparición de nuevos centros comerciales que restan valor al uso tradicional de la calle, resta valor al ejercicio del trabajo de los arquitectos en sus empresas medianas y pequeñas, todo esto con la excusa de la seguridad y generando, por el contrario, espacios desolados e inhóspitos que resultan más inseguros. Este fenómeno de segregación social al cual nos estamos habituando va de la mano con la aparición de modelos de control de acceso y otras arbitrariedades.

La sociedad se está habituando a prácticas sociales y espaciales excluyentes sobre el territorio, cómo son los esquemas de seguridad, muy usados, paradójicamente, por los líderes demócratas, prácticas manifiestas que nos alejan de lo la construcción de una sociedad incluyente y justa donde al menos en el espacio de la calle seamos, en teoría, iguales.

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