¿Perdimos la platica?

Hace pocos días, fue tendencia una serie de publicaciones y artículos en los cuales se cuestionaba y exponían las falencias de la “nueva” cédula digital adoptada y promovida por la Registraduría Nacional del Estado Civil. Dentro del cúmulo de falencias, las que más se destacaban eran las relativas a la falta de utilidad para identificarse a la entrada de entidades públicas y privadas, en las cuales, se hace uso de lectores de códigos que son incompatibles con la nueva cédula. Sumado a esto, también se referenció la inutilidad del nuevo documento en aeropuertos y en entidades bancarias.

En mi caso, me pasé a la cédula digital de forma forzosa, luego de ser víctima de un atraco, hace aproximadamente un año. Desde el inicio, pude vivir en carne propia las reglas, requisitos y obstáculos absurdos que tanto las entidades públicas y financieras se inventan, para uno poder identificarse. En el ámbito bancario, pude apreciar dos cosas: La primera, es que el sistema sigue dependiendo de un pedazo de plástico para probar nuestra identidad. Esto, a pesar de que los bancos cuentan todas y cada de nuestras huellas dactilares. Al respecto, considero que más allá de cualquier tipo de cédula o documento, debería ser imperante la identificación biométrica. La segunda, es que los demás documentos oficiales como la licencia de conducción y el pasaporte no cuentan con “validez” para uno identificarse.

En el ámbito público, resulta irónico que el mismo Estado no haya adelantado un proceso de pedagogía, preparación y adaptación previo a la implementación de la nueva cédula. Como dice el dicho, “todo comienza en casa” y en este sentido, considero que existió un afán injustificado en lanzar un nuevo documento de identidad, sin haber hecho un profundo y genuino proceso de armonización con los diferentes servicios, trámites, plataformas y con la cotidianidad misma de las entidades públicas nacionales.

La iniciativa de la cédula digital es buena y debería extenderse a otros documentos como el de la licencia de conducción, pues es absurdo que en pleno siglo XXI tengamos que cargar piezas de plástico para identificarnos, pudiéndolo hacer de forma digital. Sin embargo, si queremos que la desmaterialización de los documentos sea una realidad, debemos empezar a hacer verdaderos procesos de preparación y transición, especialmente en un país al que le ha costado abandonar la exigencia de la cédula ampliada al 150%.

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