Que desgracia tan infinita la nuestra tener que estar condenados a vivir de escándalo en escándalo de corrupción. No importa si se trata de la derecha o de la izquierda, liberales o conservadores, verdes o alternativos. En Colombia no se trata de colores, se trata de una costumbre arraigada en el ejercicio de la política, que con excepciones valiosas, está manchada por la corrupción.
Y ella, la corrupción, inicia desde la campaña. El dime cómo lo haces y con quién llegas al poder a gobernar marca el camino que seguirá la gestión en cuanto a transparencia se refiere.
Por eso mientras se sigan invirtiendo inmensas cantidades de dinero en campañas, patrocinadas por contratistas y “empresarios” que solo tienen el interés propio como fin, por encima del bien común, sin importar cómo lo hagan, la corrupción será el resultado final de este simple ejercicio matemático.
Lo que ocurre y ha ocurrido no es para menos, sino para que nos lleve a una profunda reflexión del régimen político que tenemos actualmente. Olmedos y Sneyderes siempre aparecerán detrás del queso, se visten de cualquier color político con tal de ganar, prestos a sacar su mejor tajada, pues saben muy bien que al final el castigo por la justicia y por la sociedad es irrisorio comparado con los elevados beneficios económicos que pueden obtener.
Se hace necesario entonces trabajar por el liderazgo, fortalecer el control ciudadano, pero sobre todo educar en democracia, pues es esta ignorancia que nos caracteriza, la que hace posible que cada que haya una elección, sea el factor económico y el beneficio personal los que primen a la hora de elegir a nuestros gobernantes.
Adicionalmente, es fundamental una reforma a la justicia, que impida que estos hampones de cuello blanco se burlen de la misma con penas irrisorias y grandes beneficios. Una reforma que le permita tener “dientes” y recursos para adelantar los procesos investigativos con celeridad y resultados.
Debería crearse una figura algo así como el Gaula Anticorrupción, que persiga los capitales oscuros, los nexos y entramados de la corrupción, que desenmascare a los corruptos y los envíe a cárceles verdaderas, no a guarniciones militares mientras sus recursos descansan en paraíso fiscales.
Duele que Colombia siga viviendo esta pesadilla y que sigamos mostrando como se desvanece la democracia en manos de los corruptos. Con usted presidente Petro no fue la lucha contra este mal, o por lo menos hasta ahora, en sus dos años de gobierno, no lo ha sido. Pero por eso no desfalleceremos en seguir creyendo en la posibilidad de buenos gobiernos, transparentes y eficientes, que entiendan la responsabilidad de administrar los dineros públicos, y tengan la capacidad de juzgar y encarcelar a los corruptos, sea quien sea, no importa que sea el propio hijo o la familia del gobernante. Se nos debe volver costumbre defender los recursos públicos, no malgastarlos.