En el desarrollo de todos los pueblos y ciudades de Colombia se distinguen dos momentos: el acaecido antes de 1950, y otro de ahí en adelante con su expansión moderna. Antes seguimos una estructura urbana integral y ordenada: de calles y plazas, edificaciones bajo una pauta común y espacio público legible y respetado, para conformar una población en crecimiento, pero articulada, legible y muy urbana.
Después la modernidad aceleró y desordenó su crecimiento, en una formación definida por los desiguales predios catastrales, grandes o pequeños, donde cada uno construye su lote sin seguir una orquestación urbana integral. El POT solo mira el plan vial y si el predio es pequeño se levanta un edificio, si mediano se hace una callecita y cinco casas, si es muy grande se trazan más calles y conjuntos cerrados, pero sin avenidas arterias que integren el sector y se articulen con el casco tradicional. A duras penas dicho laberinto sale a la vía regional, único curso continuo, aunque cada vez más congestionado.
Hasta hace poco esos desarrollos eran de casas unifamiliares o inmuebles de 4 a 6 pisos, o grupos de edificios de 6 pisos detrás de rejas…, y ahora levantamos torres de 25 pisos (!), que serán un infierno de infraestructura, administración y convivencia. La paranoia de la inseguridad nos encierra, sin comprender que calles y espacio público crean mayor seguridad, propician encuentro y vida de ciudad.
Debemos superar la fragmentación catastral y adoptar un crecimiento por piezas mayores -quizás los planes parciales-, donde se integren varios propietarios y sea posible plantear calles y andenes caminables, árboles y parques, equipamientos y servicios, más comercio y, por supuesto, vivienda.
No necesariamente la propiedad colectiva del suelo porque eso tendría implicaciones políticas y sociales inconvenientes, pero sí definir áreas íntegras donde podamos planificar “esta parte será un parque, allí un equipamiento, acá vivienda y varias escalas de comercio.” Sin necesidad de que el propietario diga “¿pero a mí por qué me toca parque y no edificio, por qué escuela y no comercio?”, pues todos participan en una fiducia integral donde el suelo aportado representa “acciones en esa empresa”.
En dichas proporciones se distribuyen las cargas y los beneficios: las obras requeridas para la urbanización: vías, andenes y redes de servicio, y las utilidades se reparten luego según lo aportado como terreno o dinero. Solo así lograremos entornos urbanos y no periferias caóticas, ineficientes y feas.