Colombia está perdiendo su riqueza natural a un ritmo alarmante. Con una deforestación anual entre 200.000 y 300.000 hectáreas, nuestra nación se encuentra en la lista negra de los diez países con mayor pérdida de bosques. De las más de tres millones de hectáreas deforestadas en las últimas dos décadas, apenas 500.000 han sido restauradas. ¿Por qué estamos fallando en revertir esta devastación?
Para comprender el déficit en restauración, primero debemos considerar la complejidad de su proceso. La restauración de áreas degradadas no es solo cuestión de sembrar árboles, sino de transformar un terreno hostil en uno capaz de sostener vida a largo plazo. Requiere estudiar la composición del suelo, su topografía, las condiciones e interacciones climáticas, bióticas y sociales, además de la seguridad y acceso al lugar, todo antes de plantar siquiera la primera semilla o árbol. Luego, entra en juego una logística que involucra la selección y cultivo de especies nativas, la preparación del terreno con enmiendas y el transporte de materiales a zonas muchas veces remotas y de difícil acceso. A partir de allí, batallar contra plagas y la mortandad esperada, cada planta exige monitoreo y mantenimiento (en el mejor de los casos por las mismas comunidades locales), pues el éxito de un proyecto de restauración dependerá de su supervivencia en el tiempo, además de la apropiación de éste por parte de la población y no de cumplir con una somera cifra de árboles sembrados.
Este es un proceso que requiere de fondos y mano de obra significativos, barreras que se ven agravadas por el limitado acceso a inversión tanto pública como privada, a nivel global. Sin un compromiso financiero suficiente, las iniciativas de restauración son esporádicas, aisladas o de pequeña escala, incapaces de contrarrestar la magnitud a la que avanza la deforestación. Además, la falta de articulación entre políticas de conservación y desarrollo económico ha dado espacio para que intereses monetarios más inmediatos, como la ganadería extensiva, la agricultura tradicional o la minería, consuman las tierras que podrían ser restauradas. En un país donde estas actividades priman sobre la conservación de ecosistemas, los incentivos para que los propietarios de tierras se sumen a los programas de restauración resultan poco atractivos.
Dentro del Marco Mundial Kunming-Montreal, para 2030 será crucial restaurar de manera efectiva al menos el 30% de los ecosistemas terrestres degradados. Estos desafíos a los que se enfrenta la restauración, son parte de las discusiones permanentes en la COP16. La negociación entre países no ha terminado y aún despierta tensión entre las partes cómo obtener mayores y mejores mecanismos para su financiamiento e implementación. Esperemos que este evento de talla mundial culmine con más anuncios como el del gobierno de Noruega, quien destinará US$20 millones para combatir la deforestación ilegal en el país, sin embargo, aún queda una gran deuda con nuestros territorios naturales.