El académico e historiador Reynel Salas, colaborador de LA NACIÓN, nos presenta hoy una serie de reflexiones sobre el significado de eventos que pueden acabar con la infancia y traducir sus actitudes en un comportamiento compulsivo de consumo.
La foto que ilustra la primera página del diario LA NACIÓN del pasado domingo 28 de abril motivó estas insípidas y anticuadas reflexiones. El referente que utilizo para emitir mis juicios se localiza seis décadas atrás, cuando la economía de mercado apenas era una realidad en el sur del Huila.
La prensa local informó sobre la realización del Primer Festival Folclórico Nacional Infantil del Sanjuanero Huilense que se llevó a cabo en Neiva, con la plausible intención, creemos, de darle categoría nacional a la celebración del día del niño en la capital del Departamento, mediante la promoción del elemento más valioso de la cultura opita, el Sanjuanero. Ante la información gráfica, surgen diversas preguntas: ¿por qué los niños tienen que hacer las cosas que hacen los adultos tal y como ellos las realizan? ¿No hay una forma diferente de motivar a los niños para que valoren los bailes típicos del país? ¿Qué razón le asiste a los organizadores para establecer que las niñas cumplan un protocolo similar al previsto para las señoritas que toman parte en los reinados del Sanjuanero Huilense y para que vistan como ellas? ¿No hay ninguna diferencia entre un evento en el que toman parte adultos y otro que es protagonizado por niños?
Las fotos que publicó la prensa sobre el Festival Folclórico Infantil son similares a las que divulgan los actos del Festival Folclórico y Reinados del Bambuco que se realiza anualmente a finales de junio. La única diferencia es la estatura de los participantes. Los trajes son similares, al igual que las carrozas y la parafernalia. Y suponemos que el ajetreo del vestido y el maquillaje, incluyendo el salón de belleza, debe ser similar. Y de nuevo las preguntas: acaso, ¿ya no hay diferencia entre los niños y los adultos? ¿Aquellos no tienen distinta manera de percibir y expresar la realidad? ¿ A dónde van a parar los sueños, las fantasías, la particularidad de los niños, si tienen que hacer lo que los ponemos a hacer como lo hacemos los adultos?
La respuesta es obvia. Esta sociedad nuestra, la que conformamos abuelos, papás, tíos, hijos, primos y nietos, inspirada en el consumismo, considera que lo valioso es aquello que asegura que los nuevos seres humanos que van poblando la Tierra entren lo más rápidamente posible a la masa amorfa de los consumidores irreflexivos. Y la forma de conseguirlo es sencilla: solo se requiere constancia. Cuando los hábitos de consumo, inculcados desde la infancia, se aprenden como algo natural, como un elemento propio de la naturaleza humana, la lección ya está aprendida.
Injusto sería cargar a la Secretaría de Cultura Municipal la responsabilidad de las consecuencias éticas y estéticas que ha podido dejar este Primer Festival Folclórico Infantil. La dependencia no ha hecho nada más que seguir la costumbre propia de las instituciones y de la mayoría de las familias en el país. Al efecto, veamos algunos ejemplos.
Elección de personero estudiantil en los establecimientos educativos. La experiencia enseña que en este proceso prima la propaganda basada en ofrecimientos irrealizables; así mismo que, a pesar del esfuerzo de algunos maestros, dicha elección es la primera escuela en la que se ponen en práctica las mañas que tipifican las elecciones en Colombia; además, de todos es sabido lo intrascendente que resulta el personero en un colegio. A pesar de todo, estamos satisfechos porque cumplimos con la ley y porque le estamos dando fundamento a la democracia… claro, a ese remedo de democracia que impera entre nosotros.
Fiestas infantiles para nuestros hijos o nuestros alumnos. Hacemos la fiesta, le cumplimos al niño y quedamos bien con nuestras amistades o con la comunidad educativa; pero, y la música con que se ambientó la celebración y los concursos que organizaron los recreacionistas y los chistes de los payasos, en verdad ¿todo estuvo de acuerdo con la imaginación y la fantasía de los niños? La respuesta más probable es: sí. Y la razón que la justifica sencilla: todo estuvo de acuerdo con la moda. Recordemos que ahora la imaginación y la fantasía de los niños son modeladas por el educador imperceptible: la televisión y el internet. La TV y el internet son, hoy por hoy, los medios más eficaces para hacer del consumo una necesidad incuestionable del ser humano.
Finalmente, teléfono celular o dispositivo móvil. Se inventó hace poco para facilitar las comunicaciones; ahora es un bien consubstancial al ser humano, tan arraigado que pareciera producto de la evolución natural de la especie. Aunque el niño no tiene necesidades apremiantes de comunicación, es imposible concebirlo sin celular. Es preciso que lo posea y que lo porte; además, debe ser moderno y con tantas aplicaciones que le garanticen permanecer el mayor tiempo posible fuera de la realidad de su entorno socioeconómico y cultural, y lo más lejos de sus padres que quieren, a toda costa, convertirlo en adulto antes de tiempo.
Desde la perspectiva del consumismo, es mejor para el niño de hoy ser adulto ya; gracias a ello tiene la posibilidad de acceder a todos los bienes que le ofrece la publicidad. De todas maneras sus hábitos de consumo en nada se parecen a las pequeñas necesidades que debimos satisfacer quienes fuimos niños hace algunas décadas.
“Cuando los hábitos de consumo, inculcados desde la infancia, se aprenden como algo natural, como un elemento propio de la naturaleza humana, la lección ya está aprendida”