Un colombiano que por poco se hace presidente del país, afirmaba que se limpiaría el “culo” con la ley que no le convenía aplicar. Varios congresistas han inventado títulos que no poseían y los estudiantes universitarios, incluso los más viejos son los más tramposos por copia y por plagio. Los colombianos ven en las normas y en los mandatos de la ley simples reglas de papel.
Neiva no es la excepción. Tenemos unos de los peores promedios en el cumplimiento de las reglas. Evasores de impuestos y responsabilidades ciudadanas. Somos una ciudad que se construye de noche y los fines de semana, para no cumplir con la norma de urbanismo, en donde es casi imposible renovar o incrementar la base de contribuyentes y en la que nunca floreció el pago de la valorización o la plusvalía.
En la misma colonia se afirmaba que el rey reinaba, pero en la Nueva Granada, no podía gobernar. Ayer, como hoy, han sido de uso frecuente expresiones como “hecha la ley, hecha la trampa”, “la ley es para los de ruana”, u otras más oficiales como “se acata, pero no se cumple”. A todo lo anterior, se une el individualismo, la soberbia y el arribismo del “usted no sabe quién soy yo”
¿Qué nos pasa a los neivanos? ¿Cuál será el diagnóstico a nuestra conciencia colectiva cuando nos acuestan en el diván? Somos los mismos a quienes les disgustan los puestos de control vial y que los policías verdes tomen la iniciativa de control coadyuvando a la Policía de Tránsito.
Tenemos creadas redes sociales para evitar el control. Una ciudad en donde ruedan buena parte de vehículos sin Soat, sin papeles, sin pagos actualizados de impuestos. Hay fallas en el control efectivo, pero no queremos soportar los necesarios operativos de la Policía de Tránsito.
Pedir la renuncia inmediata de la Secretaria de Movilidad plantea también la paradoja del barbero: Como en el cuento árabe, no debe condenarse al barbero por el hecho de que todos lleven la barba desordenada. Existe una vieja expresión brasilera que reza “manda quem pode, obedece quem quer” (manda quien puede, obedece quien quiere); se trata de la disparidad entre las visiones del poder y de la ley que tienen los gobernantes y los gobernados. “Para mis enemigos la ley, para mis amigos todo”.
Fernando Escalante expresa otra cruda versión: “Para el amigo, hasta el culo; para el enemigo, por el culo, y para el indiferente, la ley vigente”. ¿Hasta cuándo los neivanos tendremos conciencia que nuestro subdesarrollo depende en buena parte del incumplimiento de la ley?
No bastan todas las restricciones, los puestos de control o la gravedad de las sanciones, como decía García Márquez: “en los colombianos cohabitan la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas o para violarlas sin castigo”.
Contando con esa cultura torticera, ¿será que solo nos queda endilgarle toda la culpa y responsabilidad del incumplimiento de las normas de tránsito al Alcalde o a su secretaria de Movilidad? Hasta comida se le puede dar al hambriento, pero alimentarlos a la fuerza, hoy puede ser denunciado como tortura.
Los ciudadanos también somos responsables de ayudar a construir la cultura del cumplimiento de las reglas. Debemos también “evitar el ruido y pensar reflexivamente y despacio” (Kahneman).