Desde la expedición de la Ley 388 del 1997, las normas e instrumentos de gestión han condicionado el desarrollo del suelo urbano, delegando la responsabilidad de ordenar el territorio a planificadores, urbanistas y arquitectos de las oficinas de planeación de los municipios, a las entidades y autoridades ambientales territoriales y municipales; los POT reglamentaron la posibilidad del desarrollo del suelo a partir de la gestión por parte de privados.
Estos instrumentos de gestión y normas determinan roles y responsabilidades a los diferentes actores, pero no han sido garantes de la construcción de mejores ciudades, pues ha dependido del buen criterio, la gestión, eficacia, eficiencia y la ética de cada uno de los actores. Existen muchos casos exitosos, y otros, por el contrario, que derivaron en proyectos inmobiliarios mezquinos, carentes de identidad y con espacios públicos residuales, aislados o segregados, lejos de consolidar mejores ciudades y hacer mejores ciudadanos. En resumen, las cuestiones de forma superaron las de fondo, y la complejidad de la gestión ha llevado a que lo importante quede subordinado por lo contingente.
Pero hemos aprendido. Como arquitecto, prefiero pensar que es posible contribuir con cada proyecto en el mejoramiento de nuestras ciudades indistintamente de la escala y norma que le precedan.
De la mano de los gestores y promotores, los arquitectos que proyectamos, gestionamos y aprobamos los proyectos, podemos construir una ciudad equilibrada y mejor, con espacios urbanos libres y continuos, en donde el suelo público y privado se integren permitiendo que los edificios para la vivienda y el trabajo estén cerca y se complementen con los equipamientos y servicios colectivos, buscando lugares abiertos y activos durante todas las horas del día, privilegiando la seguridad y el bienestar común.
Este sistema urbano debería contar con espacios públicos dotados de árboles y jardines, integrando a los ecosistemas naturales de los territorios y al paisaje cercano de ríos, piedemontes, o bosques, cuidando las áreas protegidas, como base para la construcción de los proyectos. No es tema nuevo, ya en la modernidad los arquitectos y urbanistas ideaban ciudades capaces de integrar la infraestructura y los edificios con el paisaje natural, y algunos de estos modelos ya tomaron forma. Por otro lado, también promover que en menos de 400 metros caminando, los residentes encontremos servicios, comercio, espacios para el ocio, el trabajo y la vida familiar, y sobre todo parques y espacios públicos de calidad. Como reto, la visión crítica de lo hasta hoy construido se presenta como oportunidad para que cada uno de los actores pensemos en el mejoramiento de nuestras ciudades.