Si hay un género musical que genera continuas polémicas es el reguetón. Recibe críticas por sus letras, pues muchas de ellas reproducen estereotipos de género machistas que perpetúan la violencia y la discriminación.
El género también es criticado por su pobre estructura musical, pues su ritmo se construye sin necesidad de muchos instrumentos, así que se equivoca quien pretenda encontrar en él grandes melodías o dosis importantes de creatividad. Bien dice el adagio popular: al olmo no se le piden peras.
Es indiscutible que el reguetón conserva su vigencia, que suena con fuerza en emisoras, en fiestas, en diferentes plataformas digitales y que está lejos de extinguirse. Quién no se ha sorprendido así mismo tarareando coros o intentado cogerle el paso a alguna de sus coreografías. El reguetón ha resistido todo tipo de críticas y pese a los innumerables comentarios que no lo dejan bien parado, todo parece indicar que el género llegó para quedarse, al menos por un muy buen tiempo.
Ahora, al margen de que nos guste o no el reguetón, porque en temas de gustos nada más fascinante que una sociedad que respeta y permite la diferencia, hay ciertas cosas que los pueblos no pueden tolerar bajo ninguna circunstancia, porque hacerlo significa guardar silencio frente a prácticas que deben ser condenadas y erradicadas de la faz de la tierra.
Recientemente fue lanzada la canción “+57” interpretada por varios cantantes colombianos del género urbano entre ellos la increíble Karol G. Probablemente muchos de ustedes ya la escucharon, algunos pasaron por alto el contenido de su letra, – muy desagradable desde mi punto de vista -, otros, quizá, se hayan escandalizado y maldecido el día en que fue creado el reguetón, en tanto que, otro tanto, seguramente ya repite el coro de la canción y la ha reproducido un par de veces por YouTube o Spotify.
A mi juicio, una canción que sexualiza a las niñas, que romantiza las drogas y el alcohol debe recibir todo el reproche y la condena social. Y ojo, porque no estoy hablando de maltratar a los artistas que la interpretan, ni de empezar a denigrar de su persona como falazmente suele suceder. Estoy haciendo referencia de condenar una canción que pareciera olvidar para qué país se canta. Basta con salir a la calle y ver la cantidad de niñas, niños y adolescentes que son consumidos sin compasión por las drogas y el alcohol para entender que letras como la de “+57” romantizan realidades perversas que destruyen la vida de quienes, impulsados por canciones como esta, se lanzan con los ojos vendados al precipicio para no salir jamás.
Las niñas tampoco son mamacitas, no tienen por qué serlo y no puede permitirse que así se les califique. A las mujeres desde muy niñas se les transmite un culto irracional por la belleza que, en no pocas ocasiones, termina costándoles la vida. No necesitamos ser deseadas, vistas o piropeadas por hombres para existir o tener valor. Esas son las mentiras que canciones como “+57” promueven para tristeza de todas nosotras.
La explotación sexual infantil existe y los esfuerzos por combatir esa realidad inaceptable siguen siendo insuficientes. Por eso, aunque no les guste, a los artistas hay que recordarles que sí tienen una responsabilidad con su entorno, porque lo que dicen y hacen indiscutiblemente impacta la vida de las personas.
Que a las niñas se les permita ser niñas y que a las mujeres adultas se nos deje de encasillar en estereotipos de género machistas que reproducen la falsa creencia de que la mujer existe para gustarle al hombre.