La exigieron los poetas modernistas: libertad para visualizar la belleza, para sentir y plasmar la armonía original del universo en sus versos. Discreparon de la política, su peor enemigo. Los políticos solo procreaban feligreses embrutecidos.
Darío, su creador, consideraba la política como materia deleznable para la poesía, antípoda de un buen poema. La peor muerte del alma siendo la poesía la mejor expresión de vida.
Le copiaron casi todos los poetas de su escuela. Incluso Rivera quien fue posmodernista. Él llegó a una conclusión, dolorosa por lo verdadera: sintió la política como un emporio de miserias, caprichos y aberraciones personalistas, según Neale Silva.
Para los modernistas, no era fuente de belleza ni de trascendencia. Suprimía el reencuentro con el origen a través de los excesos de ilusiones. Por miope, negaba la existencia sagrada tan buscada en Tierra de Promisión. Representaba la antipoesía, la muerte humana. Sepultaba el espíritu de las personas en las convulsivas tumbas de cualquier ideología.
Marchitaba la vida de sus víctimas porque las convertía en apéndices mortuorios de exitosos políticos, pero ruinosos seres humanos. Desde el viejo Nerón, pasando por el desquiciado Hitler, hasta llegar el terrible Netanyahu. Poco importaba si ejercía como dictador, estilo Daniel Ortega en Nicaragua, o como demócrata, estilo Biden en Estados Unidos, cómplice de Netanyahu.
Ninguna belleza en tanta degradación humana. No encontraban vida en ella, sólo muertes, masacres, podredumbres. Únicamente motivos para sentir indignación por el desbarajuste de la especie. Decadencia abanderada por políticos de entonces, de hoy y de siempre.
De allí, el poema contra Roosevelt después de tomarse Panamá escrito por Darío. Y la actitud hostil de Rivera contra los políticos nacionales después de conocer sus miserias humanas. Los consideraba como posibles personajes para sus creaciones futuras, paradigmas de la decadencia como lo había hecho en La Vorágine.
Los modernistas acogieron la estética de “El arte por el arte” practicado por los parnasianos europeos. Prefirieron el arte libre de toda moral política o religiosa, de cualquier líder tóxico. Única condición real para visualizar la belleza oculta en tanto brillo malsano, en tanta mentira social.
La historia les confirmó la visión. Grandes poetas del siglo XX perecieron por acción de regímenes políticos. Mayakovski se “suicidó” presionado por el sistema estalinista; García Lorca, asesinado por el franquismo, y Roque Dalton, por la guerrilla salvadoreña.
Como el amor, la poesía no surge en la esclavitud. Y en política, la libertad es otra ilusión, otro fraude. Razón tenía Rousseau cuando afirmaba: “El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado por la política”.