Cantalicio Rojas, “el último juglar” del Tolima Grande

Cincuenta años después de su fallecimiento, el legado del “último juglar” del Tolima Grande, Cantalicio Rojas, sigue vigente. Su memoria atraviesa todas las festividades sampedrinas en el Huila y Tolima, regiones de las que se inspiró para crear sus sanjuaneros y bambucos.

Por María Alejandra Ruiz Mallungo

@amperiodista

maria.periodista@lanación.com.co

“En mi tierra tolimense hay una fiesta de honor: es la fiesta sanjuanera que celebran con fervor. Y allá van con alegría como lo manda mi Dios”, comienza “El Contrabandista”, una obra del compositor Cantalicio Rojas. Y ya son 50 años de la muerte de este importante representante del folclor regional.

La creación musical de don Cantalicio sigue cautivando a muchos. Un ejemplo de esto es José Miller Trujillo, conocido artísticamente como Wiponga, un reconocido compositor, intérprete y productor de Neiva, famoso por su tema “Retumban las Tamboras”.

“Para mí, Cantalicio Rojas tiene un ritmo que me llega al alma: el sanjuanero llamado ‘El Contrabandista.’ Yo lo escuché antes que la versión de Anselmo Durán, que fue incluida a la fuerza en los reinados del Sanjuanero”, compartió con emoción el maestro Miller.

Cantalicio Rojas González nació en el municipio de Colombia, Huila, el 31 de agosto de 1896. Su madre, Regina González, y su padre, Asención Rojas, eran campesinos. En aquellos tiempos, el Huila formaba parte de lo que se conocía como el Tolima Grande. Desde su infancia, Cantalicio estuvo rodeado de la música de su padre, quien combinaba su oficio de orfebre con el dulce sonido de la guitarra, el tiple y la bandola. Estos ritmos actuaron como un velo que amortiguaba el estruendo de las balas de las guerras civiles que azotaban el país.

Inicios

A los ocho años, Cantalicio, que era el mayor de cuatro hermanos, comenzó a aprender a tocar instrumentos de cuerda y, en 1904, inició sus estudios primarios en una escuela rural situada entre los Beltrán y los Espitia, en Dolores, Tolima. Sin embargo, este fue solo uno de tantos lugares donde su familia se mudó en busca de mejores oportunidades económicas. Hacia 1910, se trasladaron a Aipe, en el Huila, donde tuvo la fortuna de conocer a Gilberto Cortés, un amigo de su padre y un músico que le enseñó teoría musical.

“La influencia de Cantalicio fue ese amor por una melodía tan pegajosa, tan sencilla y bonita. Lo mismo pasó con ‘Las Cañas’; no recuerdo bien su melodía ahora, pero lo conocí en un San Pedro donde vino el famoso grupo Pacandé, durante los primeros San Pedro cuando los reinados eran cosas lindas. Yo tenía siete u ocho años, disfrutando del desfile junto con otros niños, presenciando la procesión de músicos con sus instrumentos de cuerda y tambores. Tuve la oportunidad de conocer a Cantalicio, aunque no directamente, pero soy un ferviente admirador de ‘El Contrabandista”, comentó el maestro Miller con nostalgia, subrayando la importancia de conocer la historia de este ilustre compositor.

Cantalicio Rojas es considerado por algunos como el último juglar de todo el Tolima Grande. Así lo afirma Leonardo Ángel, docente de Historia y Filosofía, historiador y gestor patrimonial: “Cantalicio Rojas fue el último juglar de todo el Tolima Grande y es reconocido por haber rescatado el ritmo indígena de ‘La caña’, además de ser uno de los padres del bambuco fiestero. Un ejemplo famoso es el tema ‘Ojo al Toro’, que se considera una pieza tradicional del bambuco, ampliamente conocido y bailado por las generaciones mayores en las festividades de junio de San Juan y San Pedro, tanto en el Huila como en el Tolima”.

En 1925, según su biógrafo Humberto Galindo, Cantalicio contrajo matrimonio con doña Ana Rosa Castro, oriunda de el Guamo, Tolima, de cuyo matrimonio nacieron catorce hijos, once varones y tres mujeres. Durante este tiempo, combinó la peluquería con la música, actividad que le permitió obtener ingresos. También dirigía un grupo musical.

Siete años después, en 1932, realizó su primer viaje a Bogotá, donde adquirió un espejo de cristal de roca para su peluquería y una guitarra Padilla que se convertiría en su inseparable compañera. Regresó a la capital doce meses después, involucrándose en una aventura amorosa antes de decidir volver a Natagaima para, a partir de 1938, dedicarse de lleno a la composición. Durante este periodo, creó su famoso sanjuanero “El Contrabandista” y, en 1942, grabó programas de radio en Girardot junto a la banda de Natagaima, además de un disco sencillo con dos de sus porros.

Reconocimientos

A mediados del siglo XX, según la investigación de Humberto Galindo, Garzón y Collazos grabaron uno de sus primeros discos, “El Contrabandista”, con el cual lograrían una inmensa popularidad. Este suceso se produjo en un momento de gran productividad para Cantalicio, quien empezaba a crear cañas, sanjuaneros y bambucos, muchos de los cuales reflejan las historias de personajes y retratan los paisajes y veredas de Natagaima. A pesar de su intensa actividad artística, Cantalicio también se involucró en la política y defendió sus principios rebeldes, llegando incluso a ser encarcelado durante la época de la violencia.

El esfuerzo y la dedicación de Cantalicio comenzaron a ser reconocidos a nivel nacional cuando sus obras fueron interpretadas y grabadas por artistas de renombre. Su música resonaba en todo el país a través de los instrumentos y voces de grupos como Los Tolimenses, Los Hermanos Martínez, Garzón y Collazos, y Oriol Rangel. La banda de Natagaima también incluyó varias de sus composiciones en su repertorio. En 1953, se realizó la única grabación discográfica de Cantalicio y su conjunto Pacandé, un sencillo de 45 revoluciones que contenía su famosa “Caña No 1”. En 1958, ganó el Primer Premio en un concurso folclórico de música y danza organizado por el Conservatorio de Música del Tolima, aunque nunca recibió los 700 pesos prometidos. El propio compositor mencionó: “Me gané el concurso de la caña, pero al otro día me salieron con un cartoncito y me hicieron el mico de la plata”.

Con el tiempo, llegaron mejores épocas que le otorgaron importantes satisfacciones en forma de premios, diplomas, homenajes, discursos y condecoraciones que hacían brillar su nombre, aunque esto no tuvo un impacto significativo en su situación económica. El Conservatorio incluso difundió su obra a nivel internacional, llevando su música a Miami y Washington. Cantalicio continuó cosechando reconocimientos, ganando el primer premio en el Festival del Bambuco en Neiva y recibiendo el Taitapuro de Plata. Sin embargo, su salud comenzó a deteriorarse, lo que le llevó a disolver su conjunto Pacandé y a ingresar a Sayco. En 1950, viajó a Bogotá para someterse a un tratamiento en la clínica Barraquer debido a su creciente ceguera.

Importante legado

“Es fundamental recordar a Cantalicio Rojas porque fue un precursor y custodio de ritmos ancestrales indígenas. Gracias a su labor, se preservaron tradiciones musicales que de otro modo se habrían perdido. Su obra es considerada una de las bases más primitivas del bambuco fiestero, que también influyó en la creación de la rajaleña. Así, su legado se convierte en la raíz que nutre a muchos compositores de la música tradicional colombiana, como Anselmo Durán Plazas, famoso por su sanjuanero huilense, y Jorge Villamil, quien se inspiró en su trabajo para varias de sus composiciones”, señala Ángel.

De acuerdo con el historiador, Cantalicio utilizó un lenguaje sencillo, enraizado en sus orígenes campesinos. “Su relación con los indígenas fue vital para mantener vivas las tradiciones y costumbres de estos pueblos del sur del Tolima y el norte del Huila”, explica Ángel. Agrega que esto resulta fundamental para la memoria rítmica y la riqueza de sonidos originarios, pues, sin las composiciones de Cantalicio Rojas, estas habrían caído en el olvido. Sin embargo, evidencia que, a pesar de su amplia difusión, los huilenses han olvidado a Cantalicio Rojas y su bambuco fiestero.

Una situación distinta ocurre en el Tolima, donde el legado de Cantalicio perdura y resuena en las festividades, convirtiéndose en la representación viviente del pueblo tolimense. La coreografía de “El Contrabandista” trasciende lo meramente danzón, transformándose en un lenguaje con símbolos propios que cuentan historias.

Para siempre su legado

Cantalicio Rojas falleció el 19 de noviembre de 1974, a los 78 años, en Ibagué, tras haber pasado seis décadas en el Tolima. Su entierro fue un evento solemne que evocaba la dualidad de su vida. Si bien en el ámbito económico tuvo un recorrido difícil, su carácter solidario, su bondadosa actitud como amigo, la calidad que mostró como padre y esposo, así como su amena conversación con los visitantes de su peluquería, fueron recordados por todos. Aunque dejó una obra dispersa, gracias al grupo Canta Tierra, su legado no se perdió en las sombras del olvido.

Los episodios de su vida, los paisajes que pintó y los modos de vida de su época quedaron plasmados en sus canciones, manifestaciones sencillas de un compositor sin pretensiones y sin mayor ostentación, con la inmensa virtud de haber rescatado la caña, el aire tolimense más antiguo que rememora rítmicamente las danzas de los indígenas. Para Cantalicio Rojas González, “componer era una forma de expresarse más que un modo de vida,” y sus obras, llenas de singularidad y riqueza, representan un patrimonio valioso para el cancionero tradicional de Tolima y Colombia.

En 1995, Pijao Editores reconoció su legado al seleccionarlo como uno de los Protagonistas del Tolima en el siglo XX.v

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