Entre lo digital y lo impreso

Hace una semana, se otorgaron los premios Xilópalo al periodismo digital y, como autor de la estatuilla, fui invitado a decir unas palabras. Aproveché la oportunidad para mencionar mis años en Mundo, la revista que hacía parte primordial en el proyecto artístico del mismo nombre. Fueron diez años y cuarenta ediciones que se iniciaron con una revista sobre la obra y vida de Omar Rayo y terminaron con una que se llamó Epílogo en la que se hizo un repaso de los distintos números y en su portada estaban, en orden alfabético, los nombres de cerca de quinientas personalidades que participaron en las publicaciones.

Estoy hablando de tiempos pasados. Mundo nació hace casi un cuarto de siglo. Como humanos que somos tenemos una relación muy especial con el tiempo. Anoche vi apartes de la película “Interestelar” en donde se daba un fenómeno en el que, en un planeta de otra galaxia, una hora equivalía a siete años en la tierra, lo que causaba espanto al protagonista cuando se hace consciente de que su pequeña hija tendría en ese mismo momento su edad y reclama alguna forma de retroceder el tiempo.

Mundo cerró en diciembre de 2011 de manera programada para que su ciclo fuera de una década, lo que hace que sea un tiempo comprimido. La creación artística tiene cualidades similares. La relación estilo y tiempo van ligados. Estar por fuera de su tiempo causa desconcierto. Por ejemplo, hablar hoy de barroco para designar un estilo a una obra reciente es un anacronismo. Habría que antecederle post o neo. De igual manera retomar un proyecto editorial cómo Mundo tendría su desfase en el tiempo.

Con el dominio evidente de lo digital las publicaciones impresas han quedado relegadas. En el caso de las dedicadas al arte hace que veamos con nostalgia las que se realizaron con tanto esmero desde la aparición de la imprenta de Gutenberg hasta el presente, porque cada nueva publicación tiene el aire de algo que muy pronto quedará relegado al olvido.

En los años 80, Bill Gates alardeaba con que en su nueva y gigantesca casa no tendría obras de artes originales sino pantallas que reproducirían distintas pinturas digitalizadas. A los pocos años, en 1994, pujó en una subasta y le fue asignado por treinta millones de dólares un cuaderno de Leonardo Da Vinci. ¿Quién podría pensarlo de parte de un fanático de lo digital?

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