“Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón por el azar y me ganó la violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara sobre mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta. Cuando los ojos de Alicia me trajeron la desventura, había renunciado ya a la esperanza de sentir un afecto puro. En vano mis brazos -tediosos de su libertad- se tendieron ante muchas mujeres implorando para ellos una cadena. Nadie adivinaba mi ensueño. Seguía el silencio en mi corazón…”.
La Vorágine, del huilense José Eustasio Rivera, es una de las novelas fundacionales de la literatura colombiana. Ha sido considerada por muchos como la primera novela moderna del país. En sus páginas, Rivera Salas denuncia las aberraciones cometidas durante la fiebre de la explotación del caucho, ocurrida entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX en la selva amazónica, al tiempo que ofrece una grandiosa descripción de la selva insondable que sirve como escenario para la odisea de Arturo Cova, el protagonista.
Los 100 años de la publicación de La Vorágine no han pasado indiferentes para los huilenses y los colombianos. Han sido muchas las actividades y diversos los escenarios en los que se le ha rendido tributo no sólo a la obra literaria sino a su autor, al que se le estaba debiendo un reconocimiento de esta naturaleza. Evidentemente, falta mucho más para él y su memoria, comenzando por darle un sitial especial en Neiva a sus restos.
Esta conmemoración debe despertar en los huilenses un sentimiento de orgullo y amor profundo por la región. Y esta llama merece que se mantenga viva.