Dimos un tour por el centro cultural portador del nombre del ilustre ‘Cantor del Trópico’, ahora que el Gobierno departamental encabezaba la celebración dizque “por lo alto” de los cien años de la monumental novela de José Eustasio (¿o Eustacio?) Rivera.
Allí se congregan interesantes reuniones literarias, negociadas convenciones políticas, auténticas muestras folclóricas, farisaicas asambleas religiosas, grados de empingorotadas instituciones educativas, exitosas ferias internacionales, lagarteadas visitas presidenciales, polarizados encabezamientos de marchas de protesta, adoratrices del sagrado prepucio y todos los etcéteras.
En sus auditorios, investigadores, biógrafos, escritores, conferencistas y toda la pléyade del olimpo literario se hacen lenguas sobre la vida, obra y milagros de Rivera Salas.
Desde verdaderos estudiosos conocedores riverianos respetables hasta ignorantones politicastros jactanciosos que creen que nos llamamos Tierra de Promisión porque nos tienen como exclusivo coto de caza para sus siempre incumplidas promesas electoreras, compiten en tertulias y convites por demostrar sus conocimientos sobre cada verso y cada párrafo del “insigne y eximio escritor” incluidos su discutido origen neivano-riverense, la ortografía de su nombre, la métrica y la rima de sus poemas, el contenido de su dramática novela, todo traducido y estudiado en universidades y centros literarios del mundo.
Pero… el entorno del principal centro de convenciones del sur del país y quizá el único en el mundo que lleva el nombre de José Eustasio Rivera, es una verdadera vergüenza: Andenes destrozados, paredes cuyo enchapado resquebrajado pretende disimularse con brochazos de pintura, alcantarilla destapada repleta de desechos basureros y hasta estiércol de animales callejeros engalanan el portal de la dependencia oficial desde donde se administra la cultura opita, en cuya puerta principal dos bicicletas artesanales descuidadamente recostadas contra la pared soportadas por retazos de escombros abandonados por algún ayudante de construcción sostienen sedientas veraneras de jipatos colores indefinidos.
Para completar el voraginesco vecindario, frente al descrito Centro de Convenciones, el también abandonado paseo peatonal que igualmente lleva el nombre del ilustre escritor, avergüenzan y producen náuseas algunas casetas abandonadas cuyos inquilinos son zancudos, moscas, cucarachas, gusanos y demás alimañas que atestiguan la desidia oficial y ciudadana entre el hedor de orines y defecaciones de vejigas e intestinos que toman la zona como putrefacto destino de coprológicas urgencias.
Cien años de soledad pareciera ser el eslogan de la celebración del centenario de la publicación de `La Vorágine` y ya veremos si estas navidades seremos capaces de evitarles a nuestros visitantes el hoy vergonzoso muestrario de la cultura huilense, pues ni el prodigioso ingenio del autor pudo haber imaginado que sus Arturo Cova, Alicia, Griselda o Clemente Silva siguieran padeciendo cien años después y después de tantos años y gobiernos la vergonzosa vorágine en que se encuentra el pomposo Centro de Convenciones José Eustasio Rivera.