Podremos no saberlos con certeza, pero sí intuirlo con eficacia. Vislumbrar detrás de lo visible la voz de un escritor oculto quien teje y desteje la infinita trama de una novela llamada vida. Leemos su voz para comunicarse con la especie humana.
No fue Mery Shelley la autora de “Frankenstein o el moderno Prometeo.” La escribió, a través de ella, el autor oculto del Universo. La llevó a través del azar a la novela. Le dispuso una serie de inesperadas circunstancias: crisis personal por el suicidio familiar, invitación a Villa Diodati en Suiza, la oscuridad del año sin verano, el reto repentino de Bayron a escribir un relato de terror y otras más. Preparaba las condiciones para entregarnos una gran obra de la literatura universal.
Mucho más contundente el caso Samuel Beckett. Un siete de enero recibió dos puñaladas después de un cine en compañía de una pareja amiga. Debieron internarlo en un hospital donde permaneció dos semanas. El escritor universal tejía su trama.
Periodo importante para Beckett: hubo reconciliación con su maestro James Joyce quienes andaban distanciados por razones personales; mejor aún, hubo una Suzanne Déchevaux, amiga pianista quien lo cuidó y terminó siendo su esposa para toda la vida.
En la silenciosa pero diamantina composición, surgió la segunda guerra mundial. La peligrosa GESTAPO se extendió por toda Europa. Enorme y criminal su cacería contra los resistentes al mandato de Hitler. Puso en peligro la vida de Beckett quien resistía, debió trasladarse con su esposa al sur de Francia.
Ese sur, vientre espiritual donde engendró y dio a luz inquietantes obras, incluyendo su emblemática “Esperando a Godot.” Algunas publicadas en el mismo lapso convertidas en vanguardia del teatro y la literatura universales. Críticos califican aquel periodo como el de la iluminación literaria de Beckett.
Lúcidas obras del absurdo tramadas por el escritor del universo e inspiradas en la consciencia del irlandés. Argumentos incontrovertibles lo confirman: ante la justicia, el agresor se apellidaba Prudent (Prudente) y no fue prudente. Ante la pregunta directa de Beckett indagando la razón por su acción homicida, el indigente proxeneta respondió: “No lo sé, Señor. Lo siento”.
Nadie sospechó en aquel momento el rol asignado por el escritor del universo al personaje Prudent en la inescrutable e infinita trama de la vida. Pero un Borges, muchos años después, lo señaló con la serenidad de sabio en su cuento “La biblioteca” de Babel: “La realidad es una novela que alguien está escribiendo, pero no sabemos quién es el autor ni qué es el propósito de la historia.”