Los cambios demográficos que estamos presenciando en la actualidad, y sus ramificaciones en las décadas por venir, son de inmensas proporciones. Dado que la vida de miles de millones de personas transcurre en el ámbito físico y cultural que representan las ciudades de la modernidad, por fuerza esos cambios demográficos están afectando la vida en los centros urbanos y la configuración misma de las ciudades.
La tasa de natalidad en Colombia está cayendo de manera sostenida y la esperanza de vida ha aumentado en las últimas décadas. En consecuencia, lo que los expertos llaman la tasa vegetativa -la relación matemática entre los nacimientos y las muertes en cada grupo poblacional-, tiende a ser neutra. La población no está creciendo más. La población tiene menos niños y más viejos.
En términos de la estructura de la familia colombiana, los cambios son estremecedores. Los expertos anuncian que su tamaño promedio llegará en los próximos años a menos de dos integrantes por hogar. Las familias grandes que estábamos acostumbrados a ver, desaparecerán.
Dos personas o menos por hogar, necesitan unidades de vivienda muy distintas. Entonces, ¿qué va a pasar con los miles y miles de apartamentos y unidades de vivienda en las ciudades colombianas, que ya nadie más va a habitar? ¿Por qué se insiste en urbanizar áreas de expansión o de vocación agrícola y forestal, y construir cientos de urbanizaciones y proyectos de vivienda que muy posiblemente nadie va a habitar?
A esto se suma un elemento que es de la mayor importancia también, y es que en los últimos años el poder adquisitivo del ingreso familiar ha caído frente al precio de la vivienda nueva. Así, cada vez menos personas -menos núcleos familiares de dos personas-, podrán comprar vivienda nueva. ¿Cómo vamos a rediseñar, a refaccionar la ciudad desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico?
Hay elementos de análisis que empiezan a confinar esta discusión y es necesario tenerlos en cuenta. Uno, el agua, la inaplazable reorganización del territorio -de la huella urbana-, en torno al agua, que como se ha visto, puede escasear y llevarnos a la crisis total. El otro, las nuevas maneras de concebir el hábitat: tal vez tenemos que pensar en lo colectivo y lo comunitario.
De repente, puede ser que no solo reconstruyamos de manera sensata nuestras ciudades, desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico. Tal vez, a partir de lo que nos muestran las cifras y las tendencias demográficas, encontremos la respuesta al aislamiento y la soledad a los que de momento, parecemos estar condenados.