Entre gustos

El muy conocido dicho “entre gustos no hay disgustos” pareciera conciliador, pero solo en la superficie. En estas épocas navideñas se decoran casas y calles con imágenes de muy distinta índole iluminadas con coloridas luces. La cuestión del gusto no se pone en cuestión. Hay decorados unos más impactantes que otros; algunos que armonizan con la arquitectura del lugar; otros que se imponen de manera agresiva. Los encontramos con alusiones al pesebre, pero también al Papá Noel. Por ser unos así o asá nadie se va a poner a discutir, por el contrario, se permite que el gusto y las creencias del otro se expresen en una época del año en la que tendemos a ser un poco menos intolerantes. ¿Qué pasaría si se comenzase a ver como inapropiado que en los últimos meses del año los lugares públicos sigan siendo alterados con motivos navideños por razones religiosas o comerciales y se llegara a considerar prohibirlos? Sería un acto político que correspondería a la defensa del gusto de algunos sobre el de otros o a los intereses de unos sobre los de otros. Lo políticamente correcto se impondría por encima de la tradición.

Estas consideraciones me llegaron a la mente mientras recorría las calles de Bogotá, este año tan ausentes de decorados, y “veía” -como los ángeles de la película “El cielo sobre Berlín” que tenían la habilidad de ver la ciudad del presente yuxtapuesta a la del pasado en plena guerra- lo que eran cuarenta años atrás cada una con un despliegue imaginativo en adornos navideños que hacía de cada calle un motivo de contemplación. Esto me llevó a pensar que en pocos años desaparecerán los adornos en los espacios públicos y se impondrá una corrección en el gusto que es la que garantiza que no habrá disgustos. Por otro lado ¿qué podrían pensar aquellos que han dedicado tanto de su tiempo y de sus ahorros en coleccionar figuras para sus decorados de fin de año si llegasen a verse como inapropiados, por no decir de mal gusto?

Lo que sí sobran en muchas calles son los grafitis. Cuarenta años atrás no existían y se tenía un respeto con las fachadas de los edificios. Hay quienes defienden esa supuesta expresión artística, la que por mi parte deploro. Cada cual con sus gustos, se podrá argumentar apoyándose en el dicho, lo que ha significado una caída en el mal gusto. Perro ¿quién determina qué es buen gusto? Si no es cuestión de gustos para no tener disgustos que por lo menos sea cuestión de higiene visual.

P.S: Hace unos años fui invitado a ser jurado de los faroles en Quimbaya. Miles de ellos iluminaban el pueblo en un despliegue imaginativo inolvidable.

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