Espejo venezolano

Es preocupante lo que estamos viendo en Venezuela, que, liderada por el chavismo y Nicolás Maduro, genera no solo una tragedia nacional, sino también una advertencia regional. En ese país, la democracia ha sido sustituida por un sistema autoritario que opera bajo la fachada de legitimidad electoral, hoy ilegítima. Un sistema que, con la nueva posesión de Maduro como presidente por seis años más, se consolida, demostrando cómo las vías legales poco sirven ante la represión y la violencia. Qué débiles quedan las vías democráticas ante lo sucedido.

El espejo venezolano nos muestra que, si se permite a un gobierno la cooptación de instituciones, el control de los medios de comunicación, la represión de la disidencia y la manipulación de procesos electorales, puede soslayarse la voluntad de un pueblo. Así, dictadores como Maduro se mantienen en el poder, por no hablar de Ortega en Nicaragua. Además, tristemente debo decirlo, demuestra que los principios castrenses pueden corromperse y venderse en beneficio de un dictador y su riqueza, mas no del pueblo.

La politización de los organismos judiciales y electorales, el debilitamiento de los contrapesos al poder presidencial y el uso de la narrativa de “nosotros contra ellos” son herramientas que han demostrado ser efectivas en Venezuela. Si esto puede hacerse sin mayores consecuencias internacionales, como ocurre en el caso venezolano, ¿qué detendría a otros gobiernos, como el nuestro, de seguir el mismo camino?

Debemos entonces entender la alarmante imagen que nos muestra Venezuela. Para los colombianos, es como vernos en un espejo que puede mostrarnos el futuro. No hacer caso a la petrificante imagen que refleja es ser inocentes y miopes. Tenemos que observar con malicia lo ocurrido en el vecino país, que no solo evidencia la fragilidad de las democracias, sino que plantea un peligro real para naciones con gobiernos que comparten afinidades ideológicas con el chavismo. Lejos de ser una excepción, este modelo podría replicarse en Colombia y en otros países que flirtean con el populismo autoritario, especialmente aquellos donde los liderazgos políticos buscan perpetuarse bajo el pretexto de “representar al pueblo”.

Aprender la lección, es entender que la democracia debe ser defendida, y esto requiere fortalecer las instituciones, respetar la independencia de los poderes, garantizar la transparencia electoral y fomentar una cultura política basada en el diálogo y la inclusión, aunque Petro quiera hacer lo contrario.

Si no actuamos con tiempo, contemplaremos cómo nuestra democracia se desquebraja ante el proceso inexorable del autoritarismo, que la dejará sin vida y sin posibilidades, a la espera de que alguien por la fuerza le dé vida nuevamente. Lo cual, como vemos en Venezuela, es casi imposible.

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