Un homicidio sin homicida

A cuatro años del misterioso fallecimiento del joven Andrés Colmenares, su familia sigue esperando el consuelo, que solo un fallo de la Justicia podría darles.

En Colombia, la justicia dista del espectáculo y la elegancia que muestran las series y películas estadounidenses. La imagen en la tierra del tío Sam es sobrecogedora, camionetas de diferentes cadenas de televisión a las afueras de la Corte, una edificación de estilo neoclásico, que inspira derecho, justicia, academia, a la espera de cubrir la noticia que aparece en las pantallas de todos los televisores.   De repente, se abren las puertas del Tribunal y de manera triunfante, el Fiscal o “prosecutor” anuncia lleno de regocijo, que el maleante ha sido condenado.

Aquí en la Patria, pareciera que las instituciones mismas han sido concebidas para evitar acudir a los estrados judiciales. Si bien en Neiva, contamos con un Palacio de Justicia decente, alejado eso sí del ideal de templo de justicia, de pisos relucientes, mosaicos y demás, en Bogotá ir a los juzgados de Paloquemao, o a los juzgados de la carrera décima, puede ser una situación bastante desalentadora y el primer indicio de que algo anda mal con nuestro aparato judicial.

La Administración de justicia, como todo servicio que presta el Estado, y que es sostenido por el contribuyente Colombiano, debe contar con instalaciones decentes y adecuadas para ejercer una de las labores más importantes pero tan infravalorada a propósito del proceso de La Habana como lo es el impartir Justicia.

Digamos que la fachada es lo de menos, pero como en el caso Colmenares, muchos de los procesos se han iniciado, no por la diligencia y disciplina del ente investigador sino, por un llamado del más allá. Así es, increíblemente, si a la mamá del joven uniandino, no la hubiera visitado su hijo en un sueño desde la ultratumba, posiblemente el caso colmenares nunca hubiera cobrado la importancia que hoy ostenta, simplemente porque sería un proceso más destinado al archivo por tratarse de otro gomelo borracho que se tira a los caños como si nada.

¿El culpable? Yo diría que la Fiscalía, no solo porque su labor investigativa se vio empañada por los dictámenes contradictorios y las pruebas excluidas, mucho antes de que siquiera se diera paso a las audiencias de ley.  Al final, los jueces no deben ser juzgados por la poca capacidad analítica e investigativa que algunos fiscales poseen.

Cuando Carlos Cárdenas fue declarado inocente, esta decisión judicial no se dio porque hubiera mérito suficiente para exonerarlo, se dio porque precisamente no había mérito suficiente para declararlo culpable, ya que el juez no tenía los elementos probatorios necesarios para llegar a tal punto de certeza que pudiera fallar libre de toda duda razonable.

A la postre, la presunción de inocencia prevaleció – y bien que así sea- pero la labor de la Fiscalía se vio pobre y en muchos casos confusa.  Que no haya la menor duda de que, cuando la fiscalía acusa, y acusa bien, cuando los fiscales han sido juiciosos en el estudio de las pruebas y el caso concreto, y más aún, cuando operan dentro de los términos procesales, el Juez, no tiene otra opción que acoger la tesis del ente investigador. No porque deba hacerlo, sino porque sería lo más sensato. 

Ese día de brujas de 2010, continúa latente en la memoria de don Luis y doña Oneida, ahora con un dolor más profundo que en ese entonces. Cuatro años tuvieron que pasar para que la justicia aceptara que fue un homicidio… un homicidio sin homicida. Que ojalá Luis Andrés no deba regresar de su descanso eterno para indicar el nombre del asesino.

 P.S.: El Huila, está de moda, no solo en lo deportivo, sino por la participación de Laura María Saavedra en el Reinado Nacional de la Belleza. Quiénes la conocemos, reconocemos en ella el esfuerzo, carisma y dedicación con los que ha asumido esta gran responsabilidad, que de seguro dará los mejores frutos.

 

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