“Duré dos años en la calle, con el costal al hombro, tomando trago, consumiendo droga. Vivía en otro mundo, fue duro, pero con el tiempo recapacité”, dice a LANACIÓN.com.co José Ernesto Gaitán, mientras relata en medio del calor de la tarde y el sudor en su rostro y brazos, lo que vivió por más de 20 años en la drogadicción y la indigencia.
A los 18 años de edad empezó a incursionar en el mundo de las drogas. Tomaba licor, consumía marihuana, perico, coca y bazuco, pero reconoce que de todos, el más fuerte es este último, “es muy tremendo, lo seca, lo vuelve nada, un degenerado”. Lo hacía a diario, los pocos pesos que se ganaba en el día, los invertía para el consumo de estupefacientes y trago.
Aunque siempre sintió miedo cuando se drogaba, no dejaba de hacerlo, porque para él lo más importante en su vida era el vicio. “Uno siente que la gente no lo quiere, siente desprecio, entonces empieza uno a tenerle rabia a todo el mundo, por eso es que uno roba a la persona, porque le pide un pan y no se lo dan, uno todo con hambre lo roba, cuando la gente no le hace un favor, uno los agarra a piedras, es un rencor, un odio hacia la gente, pero eso es por la droga”. El testimonio es de José Ernesto Gaitán, quien hace cinco años llegó a un hogar de paso para adictos, el único gratuito en Neiva y donde la Alcaldía local aporta para el arrendamiento. Es el hostal de los habitantes de la calle.
Su nombre es ‘Hogar Renacer’, está ubicado en la Carrera 1 G entre Calles 8 y 9, cerca de la Avenida Circunvalar, zona de bares, discotecas y delincuencia. Hasta allí se acercan indigentes que quieren dejar la adicción a las drogas, el alcohol y abandonar la vida en las calles. No hay condiciones para ingresar, no existen mayores requisitos, solo que vivan en la indigencia, sean adictos a alucinógenos, trago y que estén padeciendo hambre.
Este es el hogar a donde llegan decenas de habitantes de la calle y drogadictos de Neiva que quieren rehabilitarse.
¿Cómo conviven?
En ‘Hogar Renacer’, donde vive José, sus moradores realizan trabajos informales, lo hacen una vez se encuentren rehabilitados, antes, deben cumplir con las reglas de la vivienda. Cada día, desde las 5:00 de la mañana, se da inicio a la jornada de aseo que puede durar de media a una hora, terminado el trabajo, desayunan, sigue el encuentro donde entre todos expresan sus sentimientos.
La hora del almuerzo llega a las 12:00 del mediodía, para a la 1:15 de la tarde ejercer nuevamente las labores de aseo que cada semana va rotando para cada uno de sus habitantes.
La cena es a las 6:00 p.m. y a las 9:00 de la noche los rehabilitados deben estar al interior del hogar, todos dormidos y con las luces apagadas. Los domingos son de descanso, algunos duermen todo el día, observan televisión, y otros esperan sus visitas para charlar y contar sus experiencias.
En medio del largo y vacío pasillo, frente a la panadería del hogar, de donde sacan a diario 300 panes, José, de 47 años de edad, oriundo de Cúcuta y padre de una joven de 24, cuenta que llegó a Neiva por un hermano que le ofreció trabajo como mensajero, pero luego, por choques y peleas entre los dos, terminó solo, vendiendo sándwiches por la ciudad.
Se involucró con viciosos, tomadores. Montó una panadería, en ella laboraba junto con un compañero que como él, era adicto a las drogas y terminó vendiéndole todo, dejándolo sin nada. “Me fui a trabajar como celador, después volví a una panadería, pero luego me ubiqué con una mujer y tuve problemas porque recaí nuevamente al vicio, no me di cuenta y cuando ya caí, ya estaba bien profundo”.
Es mejor el consumo que la familia
Por la droga y el trago perdió todo, a su mujer, su hija, perdió sus objetivos, quedó solo.
“Uno se vuelve loco, es egoísta en la vida, le coge uno rabia a las personas, pero el daño uno mismo se lo hace. El cuerpo es un templo, hay que quererlo y adorarlo para que uno del templo saque buenos valores y sea disciplinado, uno en la calle es un degenerado totalmente”, narró mientras observaba por la puerta hacia la calle a un anciano que escuchaba las noticias en un pequeño radio.
Se aferró a Dios, quiso cambiar e ingresó al hogar de paso para rehabilitarse y olvidar el vicio que lo llevó a la perdición.
“Si uno quiere cambiar tiene que poner de su parte, tiene que quererse uno mismo para querer a los demás, valorarse como ser humano, demostrar que quiere cambiar,porque si usted no se quiere no hay objetivo. El que quiera cambiar que le ore mucho a Dios, que le pida porque la drogadicción es para toda la vida, es un cáncer, y por más que usted quiera cambiar siempre la tiene en la mente y se le presentarán muchas ocasiones donde usted puede fumar y vuelve y recae. En las drogas uno quiere es morirse, debe alejarse de ellas, estar trabajando y ocupado, porque desocupado quiere buscar una satisfacción en su cuerpo y quiere consumir”,lo dice porque al igual que muchos, él también lo vivió.
Al principio fue duro, pero con tiempo y paciencia, logró salir de esa vida de drogas y adicción, “para salirse es muy difícil, pero aquí estoy, bien, sano”.
Al hogar de paso, que desde hace ocho años hospeda a personas en condición de indigencia y que quieren rehabilitarse para dejar su adicción, llegan decenas de consumidores de pipa, marihuana, bazuco, cocaína, bóxer y trago.
Una nueva víctima de las drogas
Allí también reside Fabio Nelson Alvarán, caldense de 34 años de edad, adicto a la pipa, al pistolo (cigarrillo y polvo) y al licor. Se instaló en el hogar hace un año y cinco meses, quiso dejar atrás el mundo de los alucinógenos, rehabilitarse como lo hizo José Ernesto, quien ahora es el líder de disciplina del lugar donde habitan 16 indigentes, y que para los meses de enero y febrero, alcanzan a albergar cerca de 30 habitantes de la calle.
“Desafortunadamente probé el vicio de la pipa que me mandó a tierra, esa es la que nos lleva a la indigencia”. Inicialmente quiso incursionar con la marihuana, pero nunca la supo ‘pilotear’. “No me gustó, la primera vez me enloqueció, y la segunda, estando en un cafetal, me quedé sin luces, yo decía, ¡uy socio me quedé ciego, me quedé ciego!, eso duró por cinco segundos, veía oscuro”.
A los 17 años empezó a ingerir drogas. Llegó a Neiva hace cuatro. Primero estuvo en Algeciras, donde se crio junto con su tía. En repetidas ocasiones viajaba a Chinchiná, Caldas de donde es oriundo y el lugar donde “por curiosidad” tocó las drogas. “Ya me daba pena con mi familia y me vine para Neiva”, dijo en medio del cansancio luego de llegar de su trabajo en bicicleta bajo el inclemente sol de las 4:00 de la tarde.
Fabio Nelson Alvarán, llegó al hogar hace año y medio para dejar la adicción a las drogas y el licor.
Estando en el vicio abandonó lo primordial en su vida, a su familia e hijos de nueve y once años. Se sumergió en el mundo de la indigencia, cuidaba carros, reciclaba latas, botellas, cartón,de los que ganaba 200 pesos por unidad, “andaba sin zapatos, andaba mal. Un sábado y domingo me ganaba por ahí 40, 50 mil pesos que me duraban toda la semana para consumir y comer”.
Cuatro años después, y a raíz del asesinato de su hermano menor, también drogadicto, quiso hacer algo por su vida, “ya me daba pena andar con el costal, yo me ponía a pensar, pero yo estoy joven, todavía puedo trabajar, puedo hacer algo por mí o, ayudar a mis hijos y que no caigan en las drogas”.
Tomó la decisión de cambiar. Lo hizo por él, por su familia, pero también por su pasado, esa historia donde perdió a su hermano y que lo hizo reaccionar para ver la vida de otra forma. No contó mucho, sin embargo, culpó al vicio por el crimen de su ser amado.
Un oscuro pasado
Melancólico, narró cómo terminó su hermano, el más chico de su familia. “Consumía marihuana y pegante con el que se enloquecía; llegó a Algeciras, Huila, porque se calentó en Chinchiná, pero ahí si no duró nada, me lo mataron”. Lo asesinaron hace tres años, fue amordazado, “en el periódico salió amarrado de las manos y tirado en un cerco”.
Ahora, Fabio se considera un hombre nuevo. Ingresó al ‘Hogar Renacer’ para rehabilitarse y dejar atrás ese oscuro pasado de las drogas. Ese donde frecuentaba la zona rosa de Neiva con su costal al hombro, la media de aguardiente en su mano y un “parlantico”en la otra,“con eso me entretenía”.
En la calle, donde a diario solía comprarse tres ‘cachos’ que le duraban hasta el anochecer, sentía nervios,como si alguien lo asustara, andaba por toda la ciudad y esculcaba una a una las bolsas de la basura.
“A lo último me tocaba drogarme y tomar porque el vicio ya me estaba afectando mucho; yo me metía un pipazo y sentía que alguien iba a entrar, veía un carro y que me lo iban a tirar encima, veía una moto y que me iban a disparar”.
Nunca le quitó nada a nadie, no robó, ni pidió dinero, solo comida. No le gustaba que las personas le dieran plata, la gastaba en droga. “cuando yo tenía hambre y me daban monedas, sentía rabia, en vez de yo irme a comprar el pan, la guardaba y me daba rabia porque no me daban comida, pero no les decía nada”. A veces la gente le echaba a uno indirectos, me decían ¡valla trabaje que está muy joven, todo pa’l vicio!, pero yo me quedaba callado, me daba miedo que me agredieran”.