No solo la Casa de Nariño está sorprendida con la caída en la popularidad del Presidente Santos ahora que alcanzó carátula en una de las revistas gringas más importantes sino en medio de la Cumbre de las Américas, donde digan lo que digan, el punto negro lo pusieron los gringos y no los colombianos. Surgen muchas preguntas y empiezan a darse respuestas que sin duda deben ser cuidadosamente analizadas por el gobierno para poder reversar la tendencia decreciente de estos dos últimos años de mandato, que siempre son los más duros.
El 5% del país, los ricos y probablemente una parte de la clase media, 25%, también lo apoyan; pero los pobres y vulnerables que son el 73%, en su mayoría no se sienten bien. Todos los días se le dice al país algo que es cierto: que la economía va muy bien, creciendo por encima del 5%; que la inversión extranjera está llegando a montos no pensados; que las exportaciones se dispararon; que todos los días más hombres de negocios y una que otra mujer, están fascinados con el paraíso que es Colombia para los negocios. Y mientras esas realidades se han vuelto obvias, los pobres y los que viven en la miseria ven con tristeza y rabia que a ellos nada les cambia. Por el contrario, en regiones donde antes no había miseria ahora sí es evidente, gracias al desplazamiento y a la mala cobertura de servicios sociales en muchos sectores del país. A pesar de los esfuerzos del gobierno con la Red Unidos, con la nueva institucionalidad para manejar la política social y no obstante el compromiso de muchos funcionarios públicos, no llega la política social y menos los recursos que sí existen, al grueso de los pobres de este país.
En síntesis, no los toca el discurso general del Presidente Santos sobre la bonanza económica porque su intención, mejorar la vida de los marginados, no se hace una realidad; como sí les llegaba el de la seguridad de Uribe aunque siguieran siendo tan pobres como antes, pero tenían la esperanza de vivir más seguros. La pregunta es ¿quién tiene la culpa? Para ser honestos, la culpa la tienen no solo la actual administración sino la mayoría de los gobiernos anteriores y la misma sociedad colombiana que jamás ha tenido un verdadero compromiso con hacer de Colombia un país de clases medias, sin indigentes ni desplazados ni marginados.
La institucionalidad colombiana no está preparada para atender a estos sectores sino para servir a “los dueños” de tierras, de empresas y ahora, de los medios de comunicación. Con ellos sí ha sido generosa como cuando regalaba bancos a los ricos, pero responderle a la pobreza… eso es harina de otro costal. Y eso no se improvisa. Probablemente se necesitarán ajustes mayores y muchas administraciones con verdadera vocación democrática y social para que se aprenda a pasar del manido discurso de la igualdad a las acciones reales. Mientras eso sucede, todo miembro de la élite que llegue al poder, que son los que pueden en esta sociedad clasista, va a sufrir del mal que está afectando al gobierno Santos: incapacidad de llegarle al pueblo.