Cartagena. Por José Gregorio Hernández Galindo

Certidumbres e inquietudes Es totalmente injusto lo que, tras la Cumbre de las Américas, ha ocurrido con el escándalo mundial suscitado por miembros del cuerpo de escoltas del Presidente Barack Obama, varios de los cuales se reunieron con prostitutas en Cartagena, abandonando su disciplina y  -dicen los norteamericanos-  poniendo en peligro la seguridad del mandatario. Tal escándalo ha venido creciendo en progresión geométrica, y es natural que así suceda, dado que el Presidente Obama es candidato a la reelección y no es improbable que sus malquerientes pretendan aprovechar esta coyuntura en su contra. Pero el asunto se ha desviado en el debate, particularmente en los medios estadounidenses, que han pasado de criticar a los escoltas  -que se lo merecen-  para enlodar el nombre de la que fuera sede del encuentro presidencial. Esa ciudad, a la cual vemos los colombianos con inmenso cariño y gran admiración, ha sido maltratada por los periódicos, revistas y funcionarios que, en el país del norte, se han pronunciado sobre el asunto. Cartagena no merece semejante trato. Los colombianos no podemos admitir que se la mencione ahora y se la exponga ante el mundo como un paraíso de la prostitución y del comercio sexual. Quienes se refieren a Cartagena en tan agresivos términos exhiben por supuesto una doble moral que necesariamente produce rabia hasta en los más aplomados y prudentes, y ello por cuanto los colombianos sentimos que se nos insulta, mucho más puesto que los titulares y artículos en referencia ofenden a nuestra Patria, personificada en este caso en la Ciudad Heroica. Ante los cada vez más virulentos informes que se están publicando en periódicos amarillistas de los Estados Unidos y en otros países, cabe parodiar las palabras de Jesús cuando le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio para que dijera si debía o no ser apedreada según la ley de Israel: “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Podemos decir ahora, respondiendo a los fariseos que escriben y que hablan contra la ciudad colombiana: “Que censure a Cartagena la ciudad del mundo en donde no haya prostitución, ni existan prostitutas”. Hemos escuchado en días recientes a la señora Canciller, quien se ha manifestado más o menos en los mismos términos. Tiene la razón, y ha dicho además algo muy cierto: quienes incurrieron en falta fueron los norteamericanos que, en calidad de escoltas, acompañaban al Presidente Barack Obama. Sobre ellos, que incumplieron sus deberes, y no sobre la ciudad, deben recaer las críticas y las sanciones. En cuanto a los colombianos, seguiremos rindiendo a Cartagena el homenaje que merece como cuna de la libertad.

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