La lengua, como entidad viva que circula por el organismo social, sufre cambios en el trascurso del tiempo: aparecen y desaparecen términos por múltiples fenómenos históricos. La lengua, como entidad viva que circula por el organismo social, sufre cambios en el trascurso del tiempo: aparecen y desaparecen términos por múltiples fenómenos históricos. La Academia acepta las innovaciones que tengan razón de ser por el uso frecuente entre el pueblo que utiliza el idioma y rechaza vocablos y expresiones que carezcan de justificación y que no cuenten con la aceptación de los hablantes. Jesús Rodolfo Agudelo Salazar Especial LA NACION En las décadas de los sesenta y los setenta y desde las páginas de “El Espectador”, quien firmaba con el seudónimo de Argos (si mal no recuerdo, el académico Roberto Cadavid) desempeñaba el encomiable rol de censor, implacable además, de los materiales que se publicaban en los medios de comunicación del país. En su columna titulada “Gazapera” trascribía errores gramaticales detectados en los medios escritos, los comentaba con una sabrosa ironía sin contemplaciones y los corregía con una autoridad fuera de toda duda. (En este caso gazapo es, según el diccionario, “yerro que por inadvertencia deja escapar quien escribe o habla”). Los amantes del idioma (en el sentido de interesados por él) aguardábamos la página del periódico con la misma ansiedad con la que esperábamos el crucigrama dominical y todo el material del Magazín. Al calor de un tinto en el café Imperial de Anserma, Caldas, varios amigos ojeábamos el diario, leíamos las noticias y los temas que nos interesaban, de manera especial la “Gazapera” de Argos y resolvíamos el crucigrama de GOG. Como eran muchas las inquietudes gramaticales que nos quedaban de la tertulia, regresaba yo a mi casa a consultar el diccionario de la Academia y los textos de gramática que había en mi precaria biblioteca. Si persistían las dudas, enviábamos por el parsimonioso correo nacional la consulta a la Academia Colombiana de la Lengua y esperábamos el boletín trimestral de la institución en el que se nos explicaban los fenómenos gramaticales implicados en nuestros interrogantes. En las aulas escolares se trabajaba la lengua española de manera sistemática, especialmente desde el punto de vista de la gramática normativa: se insistía en las formas correctas de las palabras y de las expresiones, y se enseñaban desde el mismo punto de vista normativo las ciencias, partes o ramas de la gramática. Pero volaron los años, como dice la canción, el Ministerio modificó los programas, los textos para enseñanza en los colegios adoptaron las teorías que estaban en boga en los círculos universitarios y se plantearon enfoques distintos para la enseñanza de la lengua materna. Se relajaron las exigencias académicas y la gramática “como ciencia que enseña el correcto uso del lenguaje” se relegó poco menos que al cuarto de San Alejo. Otras prioridades Los enfoques comunicativos en la enseñanza de nuestra lengua priorizaron ciertos aspectos del habla con detrimento de los asuntos claves de la gramática. Pienso que hoy en día no son muchas las personas que sepan, verbi gratia, que el uso del gerundio es demasiado delicado y un tanto complejo; el fenómeno de las incorrecciones en el uso de esta forma no personal del verbo es frecuente, incluso en el manejo literario del idioma. (En la lectura de “Tres ataúdes blancos”, la novela con la que Antonio Ungar obtuvo el premio Herralde del año antepasado, encontré una serie de gerundios, varios de ellos contrarios al dictamen de la Academia). Las faltas de concordancia, en ocasiones las más elementales, son comunes en los medios de comunicación y en esferas del quehacer público que debieran ser modelos del bien decir y del bien escribir. Y todo pese a las gramáticas y a los diccionarios que llevan incorporados los modernos procesadores de palabras. La comunicación en los tiempos de la cibernética y de la digitalización, de la velocidad supersónica y del (o de la) internet, contemporánea, por ende, de la globalización, utiliza lenguajes cada día más uniformes, más homogenizados (si se me permite el vocablo) que van desdibujando las parcelas regionales del habla, que van suprimiendo las diferencias de los usos lingüísticos. Imposiciones en marcha En el campo de los idiomas, los más hablados en el mundo (los de los países más avanzados) van imponiendo elementos en los lenguajes de las regiones con las que tienen mayor contacto cultural y comercial. Nuestro español recibe andanadas de voces inglesas, por obvias razones. Pues bien: hasta hace unas décadas se intentaba bloquear esta invasión desde las posiciones relativamente conservadoras de la Academia de la Lengua, y para ello se definían estos calcos de voces de lenguas ajenas como extranjerismos, calificados como vicios, ubicados en la categoría de los barbarismos. (Recuérdese que bárbaros eran, para los romanos, los habitantes de países extranjeros, de donde procede el término barbarismo). Los académicos y los docentes de lengua española hacíamos feroz oposición al ingreso de términos extranjeros y acuñamos la fórmula “no diga x, diga y”, en donde x era el término inglés (anglicismo) o francés (galicismo) o portugués (lusitanismo) que debía proscribirse, y y era el término español por el que intentaba reemplazarse el anterior. Reinaba entonces un razonable temor a que el español, revuelto con el inglés en diferentes proporciones según las regiones, convirtiera la comunicación en una verdadera torre de Babel. Se mostraban ejemplos de sitios donde la proximidad de dos idiomas era tal que ya había producido unos verdaderos híbridos lingüísticos, como el denominado papiamento, hoy lengua oficial de Curazao y otras regiones insulares caribeñas. Reflexión Sin exceso de purismo, debemos propugnar por que nuestra amada lengua de Cervantes conserve sus rasgos esenciales a través del tiempo con un responsable manejo de su gramática, de manera especial por parte de quienes somos los máximos responsables de la comunicación: periodistas, escritores y docentes. Con mayores veras en estos tiempos de globalización, de comunicación digital y de laxitud en muchos órdenes. La comunicación en los tiempos de la cibernética y de la digitalización, de la velocidad supersónica y del (o de la) internet, contemporánea, por ende, de la globalización, utiliza lenguajes cada día más uniformes, más homogenizados (si se me permite el vocablo) que van desdibujando las parcelas regionales del habla, que van suprimiendo las diferencias de los usos lingüísticos.