Está aún en salmuera la propuesta del posesionado alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, de prohibir el porte de armas de fuego en la capital, distinguiéndolo de la simple tenencia del artefacto, con el claro objetivo de reducir la violencia, especialmente los homicidios. Está aún en salmuera la propuesta del posesionado alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, de prohibir el porte de armas de fuego en la capital, distinguiéndolo de la simple tenencia del artefacto, con el claro objetivo de reducir la violencia, especialmente los homicidios. El debate apenas comienza, aunque ya había tenido algunos episodios en alcaldías como las de Antanas Mockus sin un resultado favorable para esa pretensión. Dice nuestro ordenamiento jurídico que el uso de las armas es privativo de las Fuerzas Armadas, con excepciones para aquellos ciudadanos que cumplan determinados requisitos y hagan uso responsable de las armas permitidas. Un debate como el planteado por el alcalde Petro sería imposible en países como Estados Unidos en donde la tenencia, el porte y el uso de armas de fuego está elevado a una especie de derecho fundamental, lo cual deriva en que una de las organizaciones civiles más poderosas es la Asociación Nacional del Rifle, protagonista frecuente incluso con destacadas figuras de la farándula en su apoyo. Pero Colombia es un caso sui géneris, dado su elevado nivel de criminalidad, violencia y homicidios, aún entre los más altos del mundo. Uno de los aspectos de discusión tiene que ver con la mayoritaria posesión de armas de fuego de los grupos delincuenciales, bandas criminales y organizaciones alzadas en armas, la mayoría de las veces por supuesto obtenidas ilegalmente. Un sector de la sociedad reclama que, en lugar de atacar el porte de armas de fuego en manos de los ciudadanos honrados y cumplidores de sus deberes, debiera enfocarse la lucha contra las armas ilegales. Y a fe que las autoridades despliegan buena parte de sus esfuerzos en esa línea, pero es tan alto y muchas veces sofisticado el nivel de los criminales y sus argucias que, pese al decomiso de miles de armas anualmente, el mercado negro sigue proveyendo sin pausa el arsenal ilegal. El otro se relaciona con lo que el mismo Petro señaló: se atacará el porte, más no la tenencia del arma de fuego, elemento harto difícil de distinguir en situaciones de urgencia. ¿Si tengo el arma, pero no la porto en la calle pero sí hago uso de ella en defensa propia dentro o cerca de mi casa, se convierte en porte y por ello se me sancionará? Sin embargo, a tener en cuenta es el uso frecuente de armas de fuego legalizadas, “limpias” como las llaman los delincuentes, en sus manos sin que pueda determinarse en qué casos esa tenencia y porte se convierte en peligro para la sociedad si, previamente, las autoridades han hecho control de las mismas y no han hallado irregularidad alguna. Y el adicional aspecto es el del real peligro del porte del artefacto cuando, validos de ese poder que da el arma, se abusa de ella y se cometen estropicios y crímenes tan frecuentes como los de las balas perdidas. El solo hecho de tener un arma en las manos convierte a su poseedor en un potencial peligro para el resto de ciudadanos. Vale decir, si anualmente debatimos hasta el cansancio acerca de la prohibición o no de los fuegos pirotécnicos ante las cifras y casos espantosos de niños quemados, por qué no abrir el debate de armas de fuego, aún más letales que un tote. Un sector de la sociedad reclama que, en lugar de atacar el porte de armas de fuego en manos de los ciudadanos honrados y cumplidores de sus deberes, debiera enfocarse la lucha contra las armas ilegales. Editorialito Si anualmente debatimos hasta el cansancio acerca de la prohibición o no de los fuegos pirotécnicos ante las cifras y casos espantosos de niños quemados, por qué no abrir el debate de armas de fuego, aún más letales que un tote.