Celia, la memoria vive con la tragedia

El Departamento para la Prosperidad Social está entregando en el Huila algo más de $3.407 millones de pesos para indemnizar administrativamente a 604 personas víctimas del conflicto. El  Departamento  para  la Prosperidad  Social  está entregando en el Huila   algo más de  $3.407  millones de pesos  para indemnizar administrativamente  a  604  personas víctimas  del conflicto.  LA NACION cuenta la dramática historia de una mujer cabeza de familia afectada por la violencia y quien hoy  reside en un barrio en el sur de Neiva. Germán Osorio Arias Especial LA NACIÓN Foto 1. PortadaCelia* es una  de las tantas víctimas de la violencia paramilitar. Su integridad y la de sus hijos fueron vulneradas de la forma más vulgar, vil y perversa. Su amarga experiencia se presentó en el municipio de Buga, Valle, lugar con antecedentes narco paramilitares, donde la disputa por los canales de circulación del insumo ilegal deja en su camino perversas secuelas en la comunidad y cuya posición, inevitablemente, se da en el entrecruce de los diferentes actores armados. En octubre del 2001, los paramilitares, de forma sistemática y brutal, dejaron a más de 140 víctimas fatales en menos de 10 días.   Celia nació en esta tierra, tierra de historias inusitadas, de historias ocultas y negadas por un control perverso de la mentira y la verdad. “Me van a matar con ellos” Eran las once de la noche de un jueves sin definir cuando sus hijos fueron reclutados por los paras. Diciembre del 2005 estaba por terminar cuando hombres encapuchados y armados amarraron de las manos a sus tres hijos, los golpearon y torturaron. El terror que experimentaba Celia no podía ser peor. Sus ilusiones de una vida próspera se desvanecían en la nada como la sangre cuando se funde en el sutil riachuelo de aguas claras en que se desechan los cuerpos inertes.  El olor a sangre presagiaba lo inevitable: el asesinato de uno de sus hijos y la desaparición de los otros dos. Doña Celia tiene 76 años. Es delgada, de sueños frustrados, de piel morena y con el dolor   vivo en su alma. Su recuerdo no le da tregua, pues sus lágrimas entrecortan su voz mientras rememora lo inolvidable, un pasado oscuro  tatuado en su corazón. Nació en Buga, Valle del Cauca, vivía con sus seis hijos hasta aquella   noche. “A mis hijos los amarraron de aquí (de las manos) y se los llevaron, cuando ocurrió eso ya me habían herido a mí, mire como me volvieron la cabeza, yo estoy ciega de este ojo, todo a raíz de eso”, recuerda. “Me devolvió el golpe en la cabeza” Como toda madre, el ataque la hizo armarse de valor y de una varilla para defender a sus hijos. “Cuando yo vi que le estaban pegando a mis hijos, pues yo cogí una varilla y se la mandé y le rompí aquí (en la frente del victimario) y él, herido, me devolvió el golpe en la cabeza, aquí. Luego me pone el revólver y se me prenden esos niñitos a mí y yo dije me van a matar con ellos (con sus hijos). Esos hombres como locos entraban al fondo de la casa y sacaban mis cositas y las echaban al camión. A lo último yo no sé por qué yo me bajé para una loma, me escondí en un cañal y horas después me tocó irme para Tuluá”. Mientras relata su vivencia, en voz pausada y ondeante, Celia piensa en regresar a su natal Valle “pero no puedo hacerlo porque allá me matan”. Su vida, cargada de infortunios y lágrimas, transcurría entre la indolencia de la incertidumbre, la sensación de lo indecible, de lo inexagerable. “Ellos eran paracos”, asegura. “Mis hijos estaban muchachos, uno tenía 17,  otro 21 y otro 19 y se los llevaron. Como a los 20 días, a las 6 de la mañana, me llamaron a decirme que me habían matado al mayor. Yo sin poderme ir, sin plata ni nada para darle de comer a los niñitos (sus tres hijos restantes). Como pude yo me fui para Cali. Uno de mis hijos se había intentado volar con otros y los asesinaron. Yo casi me muero. Mis otros dos hijos están desaparecidos”. Celia decide irse de Tuluá debido a las constantes amenazas. Aún después de los años, su vida seguía atormentada, no sólo por el triste recuerdo de ese día, sino por la paranoia que le producía pensar en que en cualquier momento la asesinaban. “Yo llamé a un señor amigo de acá y le dije que me iban a matar. Yo allá no tenía vida porque había visto matar a mis hijos, entonces me mandó el pasaje para que me viniera junto con mis muchachos. Ya llevo dos años en Neiva y quiero regresar a Cali, pero seguro que me encuentran y matan. Nadie me ha ayudado, yo era gorda y mire como estoy, cada vez más enferma, ciega y sin cerebro”. Reparación Celia reconoce que fue reparada económicamente por el asesinato de su hijo, pero por la desaparición de los otros dos. Desde luego, el auxilio material, aunque fundamental, no arregla en lo mínimo la soledad, la tristeza, el rencor, la vulnerabilidad, el recuerdo, el dolor. Sin embargo, es una forma de sostenibilidad para que la víctima pueda superar poco a poco sus afecciones físicas y emocionales. “Ella es una de las señoras que debería recibir urgente apoyo psicosocial porque la he visto muy mal. Como la he visto, verdaderamente necesita atención urgente”, afirma Ana Lucía Gil, profesional de Atención a Víctimas del  Departamento para la Prosperidad Social, lo que anteriormente se llamaba Acción Social. “No preciso muy bien pero un hombre de su familia fue reclutado y posteriormente asesinado. En el momento del reclutamiento ella sufre una herida en su cabeza y puede ser allí donde puede estar el origen de su trauma. Hay que destacar que su vida va más allá de la pérdida de un ser querido, ella aún es muy joven y tiene mucho por vivir aún, por eso hay que apoyarla”. *Su nombre fue cambiado para proteger su identidad.

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