El comentario de Elías En hora buena, el colegio de México desarrolla un coloquio en torno a Jorge Luis Borges. Estudia el legado de un hombre excepcional, de refrescante construcción intelectual, apta para orientar en el actual torbellino de informaciones y deformaciones. Con él se aprende que el Conocimiento representa el sentido superior de la rebelión humana, la misma de Adán y Eva en el paraíso, la que empuja la especie de la bestia al hombre y del hombre al ser humano. Por eso se vanagloria más de sus lecturas y menos de su escritura. Todo lo convierte en texto, especialmente la Naturaleza siguiendo a los poetas románticos, para leer la realidad invisible que palpita en sus formas. Sus relatos auscultan lo inmediato y lo universal, el presente y el pasado, la realidad y el mito, la España musulmana y la Grecia antigua… Sabe que no hay espacio ni momento en que lo divino no esté a punto de revelarse. Para leer mejor el mundo, corroe los artificios culturales hasta demolerlos. Pulveriza la omnipotencia de Dios en ‘Ajedrez II’, lo convierte en un manipulado por otro dios más poderoso. En ‘Emma Zunz’ devela el tiempo histórico como una invención más, otro artificio de la especie para consolidar intereses. Borges es un verdadero arquitecto de la deconstrucción. Lo hace por la imposibilidad de convivir con las mentiras institucionales, no le importa qué tan democráticas sean, consideraba la Democracia como un artilugio estadístico. Se ilusionó con la revolución rusa y fue uno de los primeros en desilusionarse, fue vanguardista y pronto se distanció de ella cuando descubrió las muchas imposturas y la poca responsabilidad humana. Combatió a Perón por populista, por esa otra mentira democrática, y contradijo al comunismo por su naturaleza dictatorial. No podía rehusar su condición de ácrata, tal vez pensaba que un ciudadano libre era una criatura divina, que en manada ideológica se convertía en lobo, en esperpento. Descreía de la política, ‘Quizás yo no sea más que un pacífico y silencioso anarquista –dijo- que sueña con la desaparición de los gobiernos’. Era un anarquista lúcido, soñaba también que los hombres del mundo podían gobernarse por sí mismo, sin necesidad de jefes. Así, la derecha lo ignoraba pues ya estaba en el poder, y la izquierda lo despreciaba, no cumplía los requisitos de un militante sumiso. Él no podía cohonestar con la ignorancia humana, el fundamento esencial para el triunfo de cualquier bandera política Ojalá se multipliquen estos eventos para superar esta humillante anomalía. lunpapel@gmail.com