El asombro, la admiración, por las palabras de Jesús, deberían llevar a la fe. Pero no es esto lo que ocurre con algunos de los protagonistas de este episodio. Especial LA NACION
« Jesús fue a su tierra. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: « ¿De dónde le viene esto? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero?». (Marcos 6,1-6)
El asombro, la admiración, por las palabras de Jesús, deberían llevar a la fe. Pero no es esto lo que ocurre con algunos de los protagonistas de este episodio. El asombro llevó a esa multitud a formularse algunas preguntas. Normalmente ocurre así. Cuando algo llama la atención por lo inusual, extraordinario, no esperado, el fenómeno despierta preguntas, inquieta, interpela, porque se busca explicar lo sucedido. Esos hombres de la sinagoga de Nazaret se preguntaron asombrados: ¿de dónde sale esa sabiduría, esos milagros? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María? Preguntas que se convierten en obstáculo para creer. ¿Cuál fue el impedimento que frenó el viaje de esos hombres de la admiración a la fe? Lo que los alejó de Jesús, fue nada menos que aquello que los acercaba a Él: lo que hacía de Jesús uno más entre ellos, su oficio de carpintero, la familiaridad local, los recuerdos que tenían de su vida “normal” en Nazaret. Por eso mismo Jesús citó un refrán que era muy conocido en la antigüedad: nadie es profeta en su tierra. Y por su incredulidad, aquellos hombres se perdieron los milagros que Jesús estaba dispuesto a hacer entre ellos. La fe es condición para recibir la salvación que viene a traer Jesús. Quien no da este paso no se dispone a recibir el reino de Dios. La salvación no es impuesta ni se da de modo automático, no consciente ni libre, o bajo anestesia. Si el Señor hace milagros es para despertar o confirmar la fe. Jesús espera la fe, busca la fe. Jesús se entristece con la incredulidad de los que no creen porque ella frustra la voluntad salvífica universal de Dios. Por ello, Jesús se sorprende de la incredulidad de aquellos de Nazaret. La podía prever pero no era lo que esperaba, lo que soñaba, lo que quería su amor salvador. A pesar de la incredulidad prevista, aún de muchos, Jesús no dejó de predicar allí a pesar del rechazo de sus paisanos. Seguramente con dolor por el rechazo. Con pena por el amor que les tenía. No dejó de proclamar su Palabra y recorría los pueblos vecinos, enseñando. Cuando nosotros encontramos dificultades, resistencia a la proclamación del evangelio, cuando la buena noticia del reino choca con la indiferencia o en todo caso plantea preguntas que más que búsquedas son cuestionamientos a la fe, no debemos desanimarnos. Nuestras miserias y debilidades, las miserias y debilidades de la Iglesia, son muchas veces las objeciones y obstáculos para creer que nos presentan nuestros contemporáneos. ¿De dónde esa sabiduría que predican? No dejemos de predicar ni nos cansemos de hacer el bien. Nota: ayudemos al Papa Benedicto XVI a hacer el bien…En este domingo en cada Parroquia colabore generosamente con la Campaña Óbolo de San Pedro. Sugerencias al e mail elciast@hotmail.com