En un hecho sin precedentes en la historia del país, la mayoría de los votantes se han pronunciado a favor de la misma política en tres elecciones presidenciales consecutivas. En un hecho sin precedentes en la historia del país, la mayoría de los votantes se han pronunciado a favor de la misma política en tres elecciones presidenciales consecutivas. La última vez que lo hicieron, dieron, además, una muestra de madurez muy significativa, toda vez que se inclinaron por la continuidad no obstante que bien podrían haberlo hecho por el cambio. Para nadie es una revelación que los más de nueve millones de colombianos que eligieron al Presidente Santos, sufragaron para darle el triunfo al heredero de Álvaro Uribe Vélez. En ese momento, el ex ministro de defensa era visto como el mejor intérprete y ejecutor de la seguridad democrática. Y el candidato Santos entendió, después del intento fallido de fabricar una identidad política propia en pocos meses, que lo que le convenía era convencer a los ciudadanos de que en sus manos estaría seguro el rumbo de la administración a la cual perteneció. El resultado fue tan claro, que no es necesario extenderse en el análisis de su significado. Basta solamente recordar que los electores, con su decisión, respaldaron la exigencia a las Farc de cesar las acciones criminales como condición inamovible para iniciar un proceso de diálogo, al igual que la liberación de los secuestrados y el fin de ese delito infame. La columna de Gabriel Silva, otro ex ministro de defensa de Uribe, me hizo recordar las épocas en que siendo un joven abogado penalista escudriñaba los folios de los expedientes, en procura de estructurar los argumentos que defendería frente al jurado de conciencia. Pero, también, los consejos de mi padre, un curtido y brillante litigante, quien me alentaba a leerlo todo sin olvidarme de lo esencial. Eso es lo que parece no haber tenido en cuenta Silva, porque omitió la pregunta fundamental: los que depositaron su voto para elegir al Presidente Santos, querían la negociación en medio de las balas y las bombas de las Farc, o que esa organización dejara el terrorismo antes de sentarse en una mesa de conversaciones? La diferencia es de fondo, y no puede olvidarse que el pronunciamiento, en favor de la continuidad, incluyó el mandato para hacer lo segundo. Sin embargo, eso no es lo que se está haciendo. Tiene razón el ex embajador cuando se queja de aquellos políticos que olvidan lo que defendían cuando buscaban el poder. Esas actitudes generan desencanto y lesionan la democracia porque desconocen el valor de los pronunciamientos populares. Hoy, ya se sabe que hay dos Santos: el destacado y eficaz ministro de defensa de Uribe, es uno. El otro , es el Presidente elegido. El primero era muy afirmativo, en su condición de candidato, con respecto a los temas de la paz. El segundo se olvidó de los inamovibles, dejó de lado el concepto de la amenaza terrorista y se embarcó en una negociación en medio de la guerra. Lo anterior no es poca cosa, ni el señalamiento de esa diferencia, para evitar la mención de más, puede pretender descalificarse con argumentos simplistas de corte electoral. Por lo tanto, la pregunta es otra, doctor Silva.