Editorial – Privados de educación

Los más recientes resultados de las pruebas de Estado para los estudiantes de último año de bachillerato volvieron a mostrar, como en todos los años desde que existen tales exámenes Los más recientes resultados de las pruebas de Estado para los estudiantes de último año de bachillerato volvieron a mostrar, como en todos los años desde que existen tales exámenes, que los colegios privados tienen mejor rendimiento que los públicos, con contadísimas excepciones en todo el país. Y un asunto de tal naturaleza, que debería obligar a cada gobierno a disponer lo mejor de sus esfuerzos para mejorar ese rendimiento de la educación estatal, sigue sin ninguna modificación, como la cosa más natural del mundo y como si ello fuera propio del esquema educativo. Y todo ello ocurre considerando que el costo por alumno en una escuela o colegio público termina siendo muchas veces más alto que el del establecimiento privado; es decir, contabilizados todos los costos de funcionamiento, nómina de maestros, infraestructura, servicios, dotación y demás accesorios, el Estado, o sea nosotros los contribuyentes, pagamos más por educar a esos niños que lo que deben desembolsar los padres en las instituciones que están a cargo de particulares. Y lo mismo ocurre en la comparación de universidades públicas versus privadas, por lo menos en los niveles más altos y en las ciudades más grandes, con la excepción de la Nacional, Antioquia, Valle y Santander (la UIS). Este es sin lugar a dudas otro elemento sintomático de un país de alto desequilibrio en los ingresos, las oportunidades y el acceso a los privilegios del desarrollo. Y seguirá siendo así, y quizá con una brecha mayor, mientras se mantenga todo el círculo vicioso de esos mismos elementos en los que una minoría percibe, accede y tiene para sí lo mejor en tanto que la mayoría apenas puede sobrevivir o intentar siquiera traspasar esas irritantes barreras sociales y económicas. Un estudiante de colegio público, en este panorama, tiene entonces muchas menos posibilidades que el del establecimiento privado para ascender en los peldaños de la sociedad, y a su vez el de aquella universidad particular sale con evidente ventaja en la dura competencia laboral y profesional frente a aquel, que desde la escuela, tuvo que educarse con subsidios y carencias en el nivel estatal. Una sociedad que se precia, por lo menos en la teoría constitucional, de ser igualitaria, libre, social, con derechos fundamentales en todos los campos, debería ser capaz de abordar con toda seriedad y responsabilidad la tarea de modificar este statu quo educativo, que es la base de todo el andamiaje de Colombia como Nación y cultura. Pero dolorosamente se topa cualquier intento con una estructura de esa misma sociedad hecha para privilegiar a unos pocos en detrimento del grueso de los compatriotas. El desarrollo de un país se mide en muy buena parte por la calidad de instrucción que les brinda a las nuevas generaciones; ahí están las mediciones de las mejores universidades del mundo en las que apenas dos o tres de las nuestras logran un cupo entre las mil primeras de todo el orbe, y eso del puesto 500 hacia atrás.