La Casa de poesía Silva otorgó el galardón del Concurso Nacional “La poesía de los objetos” al joven poeta huilense Camilo Andrés Marroquín. La Casa de poesía Silva otorgó el galardón del Concurso Nacional “La poesía de los objetos” al joven poeta huilense Camilo Andrés Marroquín. Certamen exalta a los mejores exponentes de este género literario. Laura Marcela Perdomo Especial LA NACION Cada palabra que pronuncia Camilo Andrés Marroquín deja al descubierto un leve misterio. Asienta sin reparos cada frase que dice y manifiesta una transgresión a la vida misma y a la realidad que va más allá de tratar de definirlo todo por sí mismo. Es pausado, seguro y reflexivo. Su poesía, la que le ha dado el reconocimiento que hasta hoy lo convierte en uno de los poetas jóvenes del departamento del Huila, es sin lugar a dudas un océano profundo, acaudalado con las aguas del tiempo, el caos, la vida, la muerte y la desesperación; una profanación al mundo que exalta toda la belleza que lo habita. Es delgado, de piel blanca y alto. A veces camina tambaleante y en su mochila nunca falta un libro, ojalá de poesía. La intriga y la curiosidad por las cosas lo han dominado siempre. Sus verdes ojos denotan variaciones en la mirada aunque él diga lo contrario; algunas veces de desconcierto, otras de sorpresa, incredulidad, alegría, reproche o silencio. “No tengo otros ojos”, manifiesta. Su madre le dijo que al nacer estos eran azules, hoy han pasado del color de un extenso cielo al de un tupido bosque. Su cabello hirsuto llega un poco más arriba de los hombros y a él no le importa mucho, pues piensa dejarlo crecer hasta la mitad de su espalda, “con un largo mechón rojo”, me dice sonriendo. De pequeño tomaba los libros que su padre de vez en cuando leía y dejaba sobre alguna mesa. Nunca escatimó cualquier oportunidad para devorar audazmente el mundo a través de la lectura. Su vida, siempre cifrada por los senderos de la curiosidad y exploración le deparó encuentros mayores que fueron abriendo caminos distintos a las letras, como la música por ejemplo. A la edad de once años, mientras recorría las calles con un grupo de amigos del colegio, se topó en una acera con un CD que contenía temas de agrupaciones de metal como Judas Priest, Stratovarius, Iron Maiden, Dream Theater, entre otras más. Aquello no fue ninguna coincidencia, sobre todo cuando en aquel momento sus inclinaciones hacia géneros musicales como el metal eran evidentes. Después de aquel episodio, su inquietud se acrecentó y decidió formar una banda. Escribía diariamente numerosas letras para canciones y se las mostraba a sus amigos quienes con escepticismo empezaron a entender que la idea de la banda sí se la estaba tomando en serio. Luego, una profesora de literatura del colegio le habló de los poetas malditos. ¿Quiénes eran? Se preguntaba. La profesora no le habló mucho al respecto y Camilo tampoco quiso quedarse con la pregunta sin resolver. A los pocos días ya sabía quiénes eran Mallarmé, Rimbaud, Baudelaire, Verlaine y otros tantos. Los devoró uno a uno sin sentir jamás la satisfacción plena de una duda resuelta. Entonces, siguió escudriñando los confines de la literatura entendiendo que la vida se bifurca creando a veces laberintos difíciles o fáciles de sopesar, que la música, su aliada, sin abandonarla completamente, le delataba menores proporciones en contraste a las que la poesía le empezaba a mostrar. Lee mucho. Sin embargo, hubo momentos en los que sin darse cuenta abandonaba la lectura y perdía tiempo. Pero el verdadero artista, con las convicciones que la vida le otorga, funciona como un perseguido de su arte. Así que la poesía siendo su raíz y fin, se volvía a posar en frente suyo sin mayor espera. Con el tiempo descubrió nuevos escritores dejando a un lado el alarde hacia clichés literarios tan comunes entre la mayoría y se aferró a una búsqueda constante que lo llevó a encontrar nuevas voces en personajes escondidos, poetas desdeñados por la fama gracias a sus destinos raros y estrafalarias vidas. Hölderlin, Lautréamont, Juarroz, Félix Casanova, Huidobro y muchos más, le abonaban un terreno de inspiración a sus obras. “Los cantos de Maldoror”, la obra insigne del poeta Lautréamont, se convirtió en uno de sus referentes diarios que desentrañaba una y otra vez. Cuando habla de la originalidad en la literatura, entre muchas otras cosas, Camilo afirma que hoy más que nunca, cuando hay un afán por innovar en las formas a partir de un cúmulo de hibridaciones, vanguardias y movimientos, la solución es, de la mano con el poeta T.S Elliot, dar rienda suelta a los clásicos y retomarlos, “en los clásicos está la verdadera poesía”, asegura Camilo. Logros y letras En Julio de 2011 a sus 19 años, su poema “Cambios en el clima de la vida” fue finalista en el Concurso Nacional de Poesía joven “Andrés Barbosa Vivas”, reconocimiento que fue plasmado en una antología que recoge los mejores poemas partícipes en el certamen y que se tituló “El crepúsculo de la palabra, para que la voz sea un trueno”. El poema es una visión que alterna los círculos de la vida y la muerte como un retorno constante e imperecedero. Cuando lanzó su primer libro de poemas el 16 de marzo de 2012, Camilo lloró. Lloró de rabia, alegría y tristeza. Lloró por la ausencia de un viejo amigo, por la incredulidad y el asombro de lo que acontecía pero más que nada, por tener en frente suyo ‘Huésped de la Realidad’, su ópera prima literaria editada en la ciudad de Bogotá por ‘Trilce’ Editores en cabeza del escritor huilense Guillermo Martínez. Porque ser huésped de la realidad es llegar a ésta para mirarla con asombro bajo los detalles de un mundo nuevo y luego partir de allí, como aquel que arriba a un lugar para depositar tiempo, llenar espacios, observar y sentir. La realidad fue un mundo del que Camilo se convirtió en el más ilustre visitante para después partir y regresar al suyo. Camilo escribe con música. A diferencia de muchos que abogan por el silencio en el ejercicio de la escritura él prefiere encerrarse acompañado de los compases de Chopin, Tchaikovski u otros que en otro plano arrojan arpegios y riffs fuertes de guitarras con soberbios estruendos de baterías. Considera que más que rima, la poesía es musicalidad y esa es una de sus partes favoritas a la hora de crear. Si bien la música es otro lenguaje, su manera compleja como el arte más abstracto de todos, también está inmerso en las letras como una temática o dentro del carácter cadencioso que supone su existencia al interior de la literatura, particularmente en la poesía. Su mérito más reciente lo consiguió el pasado primero de noviembre. Era temprano y se hallaba dormido cuando un amigo suyo lo llamó para advertirle que su poema El trompo había sido seleccionado como uno de los ganadores del Premio Nacional de la Casa de Poesía Silva, “La Poesía de los objetos”. Camilo no le creyó y siguió durmiendo. Pero cuando al fin despertó e impulsado por el deseo de saber de antemano la verdad, ingresó a la página de internet del concurso y corroboró el galardón. La idea de los objetos le agradó mucho inspirándolo para participar en dicho certamen. Pensó escribir sobre un par de zapatos suyos que para él podían tener la apariencia de dos perros callejeros que acompañan al caminante en su trasegar, ambos con sus lenguas afuera, viejos y un poco derruidos. Para dónde… Mientras lo escucho, me dice que no escriba que es un escritor prometedor y menos que lo será; son detalles que no van con él. Desdeña los círculos pretenciosos donde los escritores imponen su condición sobre la de los demás, pues siente que hoy más que nada existen olas de intelectuales que excluyen y rechazan todo por hacer creer que tienen un conocimiento mayor de las cosas arrasando con todo a su paso. Actualmente Camilo adelanta estudios de Psicología en la Universidad Surcolombiana de los que no le gusta hablar mucho. Tampoco le agrada que le digan loco, como el apelativo frecuente dado al ser humano que mira el mundo de forma poco común; para él todos estamos locos. Comenta que ha vuelto a tocar el bajo, instrumento que aprendió a interpretar en cuatro años de estudios en el Conservatorio de Música del Huila durante su bachillerato en el Colegio Salesiano de Neiva. A veces sigue perdiendo el tiempo con la televisión y el internet, por ejemplo, dos formas genuinas de distracción. Pero como es normal, la poesía a través de los libros siempre vuelve tranquilamente a él. Sigilosa lo persigue, sin saber para dónde y porqué.