La época de Navidad y Año Nuevo suele traernos la memoria de quienes hemos olvidado, mantenido en el anonimato o simplemente dejado a un lado en medio de los atafagos cotidianos o de las frecuentes crisis del país, que nos tiene ocupados en el afán diario, en las coyunturas sociales o económicas, y nos sume en la indiferencia. La época de Navidad y Año Nuevo suele traernos la memoria de quienes hemos olvidado, mantenido en el anonimato o simplemente dejado a un lado en medio de los atafagos cotidianos o de las frecuentes crisis del país, que nos tiene ocupados en el afán diario, en las coyunturas sociales o económicas, y nos sume en la indiferencia. Es lo que está pasando ahora con los secuestrados, seres convertidos en apenas cifras que se rebaten entre el Gobierno, las ONG y los mismos actores armados, dejados al garete o discutidos como fantasmas de la guerra. Dolorosa e increíblemente, los secuestrados que sí existen, que sí son, dejaron de existir y de ser por obra y gracia de la libertad de los plagiados políticos, la mayor parte de ellos que volvieron a casa gritando a pulmón abierto que no olvidarían a sus colegas de infortunio, que darían toda la lucha posible por el pronto regreso de esos anónimos ciudadanos. Pero pasado el barullo, la alegría, el boom de la noticia, los homenajes y los libros y las películas sobre esos notables plagiados, ha caído el ignominioso manto del olvido sobre el resto de víctimas de este execrable delito. Ni Ingrid Betancourt, la “joya de la corona” para las Farc, ni sus demás compañeros de suplicio, incluyendo a los dirigentes políticos huilenses, han vuelto a chistar una sola palabra por aquellos que siguen en cautiverio, con contadas excepciones esporádicas. Ahora, hoy, en estas fechas, hacemos el llamado a la sociedad toda para que no se permita el cómplice silencio sobre el drama que aún sufren cientos, quizá miles de familias, a cuyos parientes un día se llevaron y no han vuelto al hogar: unos probablemente ya asesinados o muertos por el dolor de la tortura, otros desaparecidos y unos más aún con vida pero con la dolorosa sensación diaria de la muerte, sumada a esta indiferencia nacional. Por ello resulta altamente aleccionador y gratificante la tarea que adelanta el periodista huilense Herbin Hoyos, uno de los pocos que sigue abriendo sus micrófonos y prestando sus esfuerzos y su voz para que el país no olvide a esos secuestrados cuyo paradero se desconoce y cuyas familias siguen viviendo en carne propia su propia pesadilla. De ellos nada se sabe, no tienen pruebas de supervivencia, ni noticias de su actual situación. Después de 13 días de cautiverio ayer el recobraron la libertad los ingenieros Luis Carlos Santander y Juan Alberto Rojas, subcontratistas de Occidental de Colombia, plagiados por el Eln. Muchas familias siguen esperando que hechos como ese se repitan cuanto antes. Por los secuestrados, por sus familias, por sus amigos, por su memoria y su pronta libertad, elevemos plegarias y abramos un espacio en nuestro corazón en estas fechas de regocijo general. “Es lo que está pasando ahora con los secuestrados, seres convertidos en apenas cifras que se rebaten entre el Gobierno, las ONG y los mismos actores armados, dejados al garete o discutidos como fantasmas de la guerra”. Editorialito La estudiante universitaria Lina María Roa Bustos, llena de sueños, falleció en un desafortunado accidente de tránsito poco antes de Navidad. Una verdadera tragedia para su familia. Para sus padres Juvenal Roa y Yinet Bustos y hermanos nuestras sentidas condolencias y nuestra solidaridad.