Entre tantas costumbres para el último día del año gregoriano, como dar vueltas a la manzana Entre tantas costumbres para el último día del año gregoriano, como dar vueltas a la manzana con una maleta anhelando viajes, ponerse calzones amarillos o zamparse doce uvas al ritmo de campanadas imaginarias, la gente tiene su lista de promesas para el año siguiente, en procura de mejorar, y eso está bien; el problema es que casi nunca se cumplen esas promesas: que ella será más estricta con la dieta, que aquel va a sentar cabeza por fin, que yo pasaré de las cinco mil páginas, que aquella no peleará más con él, y así, cada quien tiene la suya: bajar de peso, dejar de fumar, hacer ejercicio y procurar algo por su salud, viajar, conseguir otro trabajo, cambiar de carro, cambiar de casa, hacer un curso, comprar un nuevo televisor. Debiéramos prometer, claro, preocuparnos por el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos, y tratar de contaminar menos y limpiar más; pero, por encima de ello, debemos preocuparnos por los hijos que dejaremos a este mundo, porque tengan identidad y no estén saturados de televisión y de Internet, absorbidos por la sociedad de consumo y alienados por estereotipos que aíslan completamente a la nueva generación de la vida real. Mucha gente debiera prometer aceptarse como es, y en vez de regímenes agobiantes, lipoesculturas y tratamientos costosos, debiera dedicarse a alimentar su espíritu y a dedicar tiempo para la familia, con tamales y sancocho. Tendríamos más salud si aprendiéramos a vivir sin odios ni egoísmos: si enfrentamos nuestros miedos, nos aliviamos de los riñones; en vez del rencor, si perdonamos, sanamos el hígado. Cuántos debieran prometer que, a cambio de gastar tanto dinero obedeciendo los mandatos de la moda y el consumo, invertirán tiempo en la gratuidad de la vida, como el silencio, en vez de vivir angustiados por renovar frecuentemente ostentosos y escandalosos equipos. Los políticos debieran prometer robar menos y trabajar más, y eso incluye dejar de negociar con prebendas y ocuparse en cargos cuyas funciones conozcan; que piensen de manera solidaria, y entiendan que el dinero no es suyo, y que son subordinados nuestros, y no al contrario. Debiéramos prometer que buscaremos hacer las cosas bien, aunque no lleguemos en primer lugar; que seremos racionales y buenos ciudadanos; que veremos menos televisión y leeremos más libros. Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia Liberal no responde por los puntos de vista que allí se expresen.