Los hijos. Por Julián Vanegas-López*

La canción popular “El camino de la vida”, compuesta por el músico Héctor Ochoa,  dice que los hijos son: “los frutos de la unión que dios bendijo… alegran el hogar con su presencia… a quien se quiere más sino a los hijos… son la prolongación de la existencia…”. Este antioqueño recrea musicalmente la representación social que se tiene sobre el lugar de los hijos en medio de una cultura judeo cristina que establece como mandato la repetición del modelo de la virgen María, denominado “modelo mariano” (Judith Butler- 1998), que entre otras cosas reduce a la mujer a su rol de madre y convierte a los hijos en la única razón de su existencia. Vale la pena interrogar este modelo social, pues la decisión de tener hijos debe trascender más allá de un ideal culturalmente establecido. La elección de pareja y la forma de relación y unión que determinen ambos miembros es una decisión que debe ser consciente, responsable y coherente con la ética de cada uno, como lo es también la opción de tener hijos, ya que es un acto de suprema responsabilidad y ejercicio de autonomía de las personas en razón a las implicaciones que tiene para el sujeto  (hijo –a); por tanto no se puede reducir a una simple consecuencia obvia de la biología,  ni es una responsabilidad que corresponda a lo “divino”, es algo absolutamente real, concreto y determinante para la emergencia de nuevos sujetos y la construcción de la dinámica social. Las constantes noticias que informan sobre la violencia hacia los niños y niñas son la evidencia de que los hijos no siempre son una bendición, o una alegría, ni mucho menos son lo más querido. Por el contrario en nombre de ese supuesto amor, o por corresponder a mandatos sociales, se les termina maltratando y muchas veces matando. En otros casos, los hijos terminan convirtiéndose en agentes reparadores de la vida de los padres que pretenden suplir con sus hijos los propios vacíos emocionales o frustraciones, haciéndolos víctimas de la prolongación de su existencia. No se tiene un hijo para reparar lo que uno quiso ser y no pudo, o para repetirse en ellos en un acto de narcisismo que ubica al padre o a la madre como un ser ideal a quien el hijo debe imitar o repetir.  El lugar del deseo que se tiene frente a los hijos debe partir de un infinito respeto a su individualidad, debe apuntar a la construcción de autonomía y respetar su deseo, aportándoles escenarios de educación que les permita decidir responsable y libremente sobre su vida. Por eso antes de tomar la decisión de tener un hijo es necesario saber para qué queremos hacerlo. *Docente Usco. Grupo Crecer

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