Llegó a mis manos uno de los últimos libros escritos por el pensador español Fernando Savater titulado “Ética de urgencia” (Ariel. 2012.). Alejado de la soberbia intelectualoide que enferma a la élite académica, doy crédito a los diversos aportes que de manera sencilla y audaz, algunos filósofos se atreven a escribir para un público que, fuera de selecto, goza de una alta complejidad para acaparar su atención. Debido a la pluralidad temática abarcada en el texto, me centraré en esta oportunidad a reflexionar sobre la crítica que hace Savater en torno a la crisis de la educación, de la cual afirmar o sostener algo no es nada nuevo, por lo que es probable que no haya ninguna novedad en lo que voy a decir. El tema de la educación expuesto por Savater se despliega en la confrontación entre la tecnología y la educación misma. Ante la evidencia de los cambios de época o época de cambios, queda claro que las perspectivas educativas han evolucionado notoriamente. Freire en su momento categorizó en su crítica a la educación como “Bancaria”, en la que el niño acudía a que le consignaran los conocimientos; es decir, informar al niño lo que no sabía. En este sentido, Savater considera que hoy lo importante no es tanto informar sino orientar, puesto que el niño se halla inmerso en un continuo afluente informático del cual toma lo que desea saber, dejando la posibilidad que desde temprano algunas decisiones queden enmarcadas en condicionamientos externos. Hoy la preocupación por que un niño sepa, no es el verdadero problema que debe enfrentar la educación en la actualidad. La información está ahí a al alcance de un “click”. El problema central de la educación es que ante este mar de información, con un centímetro de profundidad, no se sepa qué hacer con él. Por esta razón Savater sostiene que el papel del educador debe cambiar al de orientador, no tanto de los contenidos del saber sino de su utilidad. Hay una evidente carencia de argumentación del saber, es decir, no se sabe para qué se sabe. Por eso ir al colegio o a la escuela sigue siendo un “prioridad opcional”. “Prioridad” en cuanto que sin ella, el desarrollo personal quedaría frustrado. Y “opcional” es que si no se va, sencillamente se aprende hacer un arte, y su subsistencia estaría garantizada de por vida, o por lo menos hasta que las facultades humanas así se lo permitan. ¿Ahora, tendrá algo que ver el sistema educativo vigente impuesto por el establecimiento? Sin duda alguna. Pero lo irónico de este cuestionamiento no es tanto sobre la pertinencia del sistema, sino cómo concebir la educación autónoma en medio de tanta dependencia. A modo de conclusión, queda por señalar que hoy por hoy la labor titánica tanto de padres como de profesores es demostrar con enfática insistencia que la educación dinamiza el pensamiento y permite vivir de una forma más crítica y digna. Sin embargo, entre tanto no se le inyecte la prioridad suficiente a la educación como factor humanizante en la sociedad, vivir dignamente seguirá siendo la mayor de las utopías. ¿Será, entonces, que ser educados genera temor en algunos?