Sí, el Sucesor de Pedro nos enseña, pero con el gesto de humildad que ha hecho al reconocer sus limitaciones físicas, nos dejó a todos sin palabras. Así se enseña el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, quien “no vino a ser servido sino a servir”. Benedicto XVI nos ha mostrado que sí se podía renunciar. Yo pienso que él no consultó la decisión con nadie –no lo hubieran dejado renunciar-, consultó con Jesús en el sagrario, una y varias veces; como cuando Juan XXIII el nueve de febrero de 1959 llegó a las cinco de la mañana a la radio Vaticana y anunció al mundo la convocación del Concilio Vaticano II. Abolió la silla gestatoria y nos dio ejemplo de sencillez, virtud y valor humano tan esquivo en la gran mayoría de los hombres, sobre todo en aquellos que detectan en poder político, económico, académico, social, cultural, artístico, étnico y por qué no, religioso. El valor cristiano del Santo Padre consistió en haber roto el esquema. No renuncia por cobardía, renuncia porque después de haber servido con amor y alegría, constata con realismo y con dolor desde el amor, que otro lo suceda en la difícil pero fundamental tarea de guiar a la barca de la Iglesia. Yo quisiera besarle los pies al Vicario de Cristo en la tierra, porque nos ha visualizado el precioso don de la sencillez. Eso fue, entre otras cosas, lo que nos enseñó nuestro Maestro, quien siendo Dios, se hace hombre. ¿Por qué? Por amor. ¡He ahí su grandeza! El hombre es grande cunando reconoce su debilidad. Nadie es necesario, el único necesario es Dios. Todos los demás somos pasajeros. No idolatremos ni a instituciones, ni a partidos, ni a personas por más importantes que sean. El único absoluto es Dios. El hombre cuando se arrodilla ante Dios es grande. El hombre cuando se cree Dios o muchos con su culto lisonjero, lo hacen creer Dios, se vuelve la bestia más feroz de la jungla humana. Hay personas tan apegadas al poder que se creen indispensables. Buscan argumentos incluso bajo la portada de la humildad, para perpetuarse en los cargos, haciendo creer que son insustituibles. Seamos realistas y sensatos, cuando uno deja un cargo, con frecuencia quien nos sucede resulta mejor. Todos los seres cansamos, el único que no cansa se llama JESUCRISTO. El gran maestro de la administración, el austríaco-estadoudinense Peter Drüker nos ha enseñado que todos, en cualquier cargo, especialmente los de dirección, llegamos al límite de la incompetencia y es cuando la empresa empieza a descender. Mientras más ególatra y megalómana es la persona, más adora el poder, ¡Cuántas naciones y pueblos tienen que padecer la perpetuidad de sus gobernantes! ¡Cuántas comunidades tienen que sufrir la arbitrariedad de sus jefes! El mensaje del inolvidable papa Benedicto XVI es muy claro: sirvamos con alegría y gran dedicación allí donde Dios nos haya puesto y reconozcamos nuestras limitaciones para renunciar a tiempo. Ahora nuestro gran hombre Joseph Ratzinger se irá a algún monasterio a orar y a tomar su merecido descanso y su ejemplo quedará como sello indeleble en nuestras conciencias. ¡Qué lindo que la cabeza visible de la Iglesia nos haya enseñado a ser cristianos! Alabado sea Jesucristo. *Obispo de Neiva