Que los neivanos debemos tener un ícono de la ciudad, -ha dicho el alcalde Pedro- para explicar su iniciativa de construir la estatua de una virgen, que se convertiría en la principal atracción de Neiva como destino turístico. Aún no sabemos si la proyectada Virgen del Alcalde, que según sus cálculos medirá 40 metros de altura y valdría alrededor de seis mil millones de pesos, tendrá la enigmática sonrisa de la Monalisa de Leonardo Da Vince, que cada año convoca a miles de turistas al Museo de Louvre en París; o si la mentada virgen, (parodiando a la torre Eiffel, el lugar más visitado del mundo, pues se estima que en el 2017 habrá recibido 300 millones de turistas), tendrá una escalera que subirá por entre sus piernas para llegar a las rodillas, donde el turista encontrará un restaurante atendido por nuestras bellas rivereñas, el cual ofrecerá a los mejores paladares un exquisito viudo de pescado o el revitalizante y legendario “boxeador”, que desapareció con el “Pasaje Camacho”, y desde allí podrá apreciar, no el francés río Sena, sino el Magdalena que ya no será de los colombianos sino de las multinacionales. Quizá si el turista se atreve, podrá subir en ascensor hasta la altura de los senos, ya no a ver la belleza de la Francia, sino el valle de las tristezas del que nos hablara el conquistador, hoy retratado en las desvencijadas calles, los desplazados, los indigentes que muestran sus miserias tirados en los andenes, los carteristas y politiqueros. Yo le propongo señor alcalde, que ya que hablamos de negocios, para garantizar la romería, valdría la pena montar primero el milagro, pues no hay romería sin milagro, y éste podría ser la aparición de la plata perdida de las regalías, la devolución del territorio del Quimbo a sus pobladores, bajar siquiera en un punto la pobreza de la ciudad, disminuir a un dígito, -como lo pretende el alcalde Petro- los índices de homicidio y de inseguridad en la ciudad, vías para las veredas y, por qué no decirlo con visión futurista, construir el metro. De no ser así, con esta alcaldada quedaría expósito, el espíritu godo de un alcalde que otrora se reclamaba liberal, cuando hace escasos cincuenta años a los liberales los perseguían y hasta los mataban por su escepticismo católico. ¿O será que el alcalde de marras pretende congraciarse con la mojigatería del medieval procurador Ordoñez? Los íconos no se montan señor Alcalde, ellos como la cultura, los fraguan los pueblos a través de su historia. No se necesitan íconos de yeso; se necesitan realidades y progreso y hombres y mujeres que logren trascender el momento histórico que les tocó vivir.