En primaria, a los niños neivanos se nos enseñaba muy por encima la historia de nuestra ciudad, y dentro de esas generalidades se encontraba el número de veces que los primeros colonizadores habían intentado fundar una villa en el corazón del valle de las “tristuras”.
Detrás de esa historia contada a las carreras, hay una mezcla de realidad y leyenda que valdría la pena conocer mas a fondo.
Sabemos que antes de que ocurriera la fundación definitiva de la ciudad el 24 de mayo de 1612, hubo dos intentos de asentamientos en la zona, que fueron registradas por los cronistas de la época.
Fueron estas las ocurridas en 1539 y 1551 por Juan de Cabrera y Juan Alonso respectivamente, en sitios ubicados en las inmediaciones de Villavieja y Campoalegre.
Pero los habitantes de lo que se podría llamar la “proto-neiva” no la tuvieron fácil, y debieron resignarse a observar como sus casas eran consumidas por el fuego que habían iniciado los aguerridos grupos indígenas de la zona, que veían en estos intentos de ciudad, una amenaza a su soberanía.
Fue tal vez esa historia inconclusa de esa idea llamada Neiva, lo que tal vez impulso al criollo Diego de Ospina y Medinilla a culminar la tarea de sus predecesores, una vez y para siempre.
Y aquí es cuando la realidad se confunde con la leyenda.
Escondido en los estantes de una Universidad bogotana, encontré un libro dedicado a la historia de Neiva. Y aunque a día de hoy no recuerde su título, ni su autor, nunca olvidaré la historia desconocida de su tercera fundación.
Diego de Ospina sabedor de la cita que tendría con la historia y el devenir de futuras generaciones, conociendo de antemano el fatal destino de las “viejas neivas”, salió de su domicilio ubicado en fortalecillas e invocando la Santísima Trinidad, dio de beber a sus caballos en los tres ríos que hoy bañan la ciudad siendo estos El Magdalena, El Oro y Las Ceibas.
De allí, se dirigió al lugar donde todo comenzó y tomando posesión del lugar, desenvainó su espada previniendo a todo aquel quien osara poner un dedo sobre ella, y al ver que nadie se oponía (como era lógico), procedió a trazar la plaza principal.
Este fue el origen de nuestra ciudad, la tres veces fundada, la que surgió de las cenizas como el ave fénix, y que por el empeño de sus pobladores, logró encausarse en la historia como el hogar de medio millón de almas mal contadas.
Hoy, los hijos de esa tercera fundación agradecemos el temple y la tenacidad de sus primeros pobladores, quienes a pesar de que las adversidades eran reales y latentes, fue mas grande el amor y el apego a la tierra a la cual nunca renunciarían.