Estudios recientes muestran que las mujeres son más propensas a engañar a sus parejas cuando llevan en su ADN ciertas variaciones genéticas.
Los expertos siempre han creído que los hombres tienen una predisposición genética para ser infieles. Desde el punto de vista evolutivo, tener varias parejas simultáneamente les ayuda a aumentar las posibilidades de dejar en la tierra más hijos con su material genético. En el caso de las mujeres, sin embargo, la infidelidad no tiene una explicación tan clara. Entre las razones más mencionadas están que las pautas culturales, la carencia de valores morales y los vacíos emocionales en la relación las llevan a buscar en otros lo que no encuentran en su casa. Pero según un estudio reciente, la raíz de su adulterio podría también estar en el ADN.
Para el trabajo, un grupo de investigadores de la Universidad de Queensland, Australia, reclutaron a 7.400 personas entre las cuales habían pares de gemelos y mellizos. Los expertos encontraron que el 9,8 por ciento de los hombres y el 6,4 por ciento de las mujeres habían tenido una o más parejas el año anterior. Al observar quienes de ellos tenían alguna de las cinco variantes del gen de la vasopresina, una hormona que ha sido asociada a una mayor conexión sexual en la pareja, se vio un efecto, pero solo en las mujeres. Resultó que el 40 por ciento de las infieles tenían alguna de esas variantes genéticas. “Los genes en general juegan un papel en predisponer a algunas mujeres a la infidelidad”, dijo a SEMANA Brendan Zietsch, psicólogo que dirigió el trabajo, uno de los más extensos y mejor concebidos hasta el momento sobre el tema.
El resultado llamó la atención de otros expertos como el psiquiatra Richard Friedman, quien la semana pasada escribió una columna de opinión en el diario The New York Times en la que señala que “hay razón para tomar seriamente estos resultados”, aunque es necesario investigar más al respecto.
Lo es porque la vasopresina ya ha sido objeto de investigación anteriormente en animales y ha mostrado ser crucial en el comportamiento sexual. El mejor estudio para ilustrarlo examinó el caso del campañol, un pequeño roedor del que hay dos subespecies: el de montaña y el de las praderas. A pesar de ser muy parecidos, sexualmente actúan de manera opuesta: el primero es promiscuo y el segundo le es fiel a su primera pareja hasta el fin de sus días.
Esta investigación, liderada por Thomas R. Insel, llevó a entender que los comportamientos sexuales tan opuestos se explican porque tienen los receptores de vasopresina localizados en áreas diferentes del cerebro. En otros trabajos se ha visto que cuando se le inyecta vasopresina al campañol de pradera se dispara el apego a su pareja, mientras que cuando se le bloquea esta hormona se “inhibe la monogamia pero no la actividad sexual”, dice Friedman. Lo anterior evidencia claramente el papel que juega la vasopresina en el tema.
La investigación del efecto de los genes en el comportamiento humano es polémica. En este caso la critican porque les da excusa a los infieles para hacer de las suyas sin sanción. Pero, como dice el psiquiatra y sexólogo Carlos Pol, “aunque no se quiera aceptar, hay una relación entre la genética y el comportamiento humano”. Los expertos aclaran que estos hallazgos no significan que las parejas deban hacerse pruebas de ADN antes de comprometerse, pues el estudio apenas encontró una asociación y no una causalidad. Lo más seguro es que haya más razones para la infidelidad que unas variaciones en los genes.
Estudios anteriores han encontrado que en el reino animal la norma es la promiscuidad y solo entre el 3 y el 5 por ciento de las especies, incluido el hombre, practican la monogamia, aunque algunos de sus representantes se echen de vez en cuando una canita al aire. “Para ciertos especímenes la monogamia es difícil de mantener”, dice Pol, pero también es cierto que los genes no representan un destino invariable. “No escogemos nuestro bagaje genético, pero sí podemos controlar las emociones y los impulsos que ellos crean”, dice Friedman.