Llegó San Pedro, y con él, los incontables padecimientos de las fiestas. Ya lo comentó mi amigo Francisco Argüello en su columna de esta semana: la típica celebración Opita está decayendo año tras año. Además de las observaciones que él hizo, quisiera incorporar otra, a mi modo de ver igual de relevante: el tránsito en la capital, hoy, es un total infierno.
Desde hace más de 15 días, la avenida circunvalar en el sentido sur – norte está cerrada. Se encuentra habilitado entonces, únicamente, el sentido contrario. Pero como se habrán podido dar cuenta, en todo el tramo transitable se han dispuesto vallas que limitan la carretera en un 20 o 30 %.
Con el cierre total de la vía en el sentido señalado, los buses que salen de la terminal, camiones de distintos tamaños, vehículos de transporte público urbano, y automóviles y motocicletas en general, terminan utilizando la coyuntura paralela a la misma, que no es otra sino la carrera segunda. Evidentemente, tanto la dimensión como el estado de esta vía son insuficientes, lo que además de impedir el tránsito fluido, ocasiona sendos taponamientos a las personas que se dirigen en el sentido oriente – occidente, y viceversa, puesto que al llegar a las esquinas, el paso se hace sencillamente imposible.
Otro de los casos que afectan directamente al occidente de la ciudad, y que enloquecen a cualquier conductor, es el de la glorieta de la avenida “Pastrana Borrero”, frente a la Universidad Surcolombiana. No importa la dirección de la cual usted provenga, o a la cual se dirija, pasar por la variante es un problema. Además de lidiar con la inexistente señalización, se debe atender a los transeúntes que no utilizan el puente peatonal; los buses que avanzan indiscriminadamente, atravesándose muchas veces sin mediar precaución; y los motociclistas, por supuesto, que viajan a diestra y siniestra entre los autos, a grandes velocidades, evadiendo, la mayoría, las más mínimas normas de tránsito.
Seguramente habrá muchos otros casos, igualmente caóticos. Frente al Bienestar Familiar, por ejemplo, también por la circunvalación, el semáforo de la calle 21 no se encuentra en funcionamiento, lo que hace que la única opción que uno tiene sea aventurarse a pasar, encomendando su bienestar a la divina providencia.
Ahora bien, si en horas valle la situación es manifiestamente preocupante, no quiero ni siquiera entrar a detallar lo vivido en horas pico. De siete a ocho treinta de la mañana; once y treinta a dos y treinta del medio día; y de cinco treinta a siete de la noche, movilizarse por el centro, oriente y occidente de Neiva es una tarea titánica. Insisto, el conductor debe preocuparse por múltiples aspectos externos que son inmanejables: el mal estado de las vías; la poca cultura de todos nosotros; el desfile interminable de motociclistas, conductores de servicio público, automóviles y transeúntes; y el bonito habito, propio de la fecha, de conducir embriagado, hace que todo se complique exponencialmente.
No bastando con todo lo dicho, por ocasión a las “festividades” el caos se dispara, y aumentan los casos de accidentes, la mayoría de ellos ocasionados por el desorden y la nula cultura detrás de un timón.
¡Por favor, que las autoridades hagan algo! Al inicio de mes, la Alcaldía Municipal anunció un crecimiento en los agentes de tránsito para mitigar el impacto de las fiestas sampedrinas. Con todo el respeto que merecen los señores agentes, hasta donde he podido percibir, sus sitios preferidos para hacer presencia son los alrededores del parque Santander, y en la esquina de la carrera séptima, frente al edificio de los profesionales. De resto, ¡que del cielo lluevan rosas! La ciudad se encuentra al libre albedrio de los neivanos, que en su gran mayoría (y me incluyo) viven de afán y de mal genio, producto, en parte, de la impotencia que genera darse cuenta de tanto caos y desorden.
Se hace un llamado respetuoso pero enérgico: Por consideración, que se tomen medidas serias y contundentes, sobretodo este fin de semana, que será tan largo y perturbador para muchos. Las festividades, tan deploradas por demás, no deben ser excusa para que un problema ya existente en la ciudad aumente y se salga de las manos. Más controles, más fuerza pública, pero de manera definitiva más educación a los ciudadanos, para que en un futuro, el San Pedro no se vuelva un sinónimo evidente de preocupación.