Quienes a lo largo de la vida, o leyendo la historia de este país, sabemos de lo que ha significado para la economía colombiana la caficultura, entendemos las razones que les asisten a los productores del grano para adelantar el paro en que ahora están comprometidos. Sin el café, qué hubiera sido de Colombia a lo largo de casi todo el siglo XX, cuando este producto campesino era casi el único renglón de exportación que le daba estabilidad a la economía nacional, incluso cuando no existían carreteras que lo llevaran a los puertos. En el caso del café que producía la hacienda de Laboyos, unas cuatrocientas cargas anuales, cuyo transporte se hacía a lomo de mula desde Pitalito hasta Neiva y luego por vía fluvial hasta Barranquilla. Ahora los tiempos son otros con el desarrollo de los medios de transporte y las nuevas tecnologías de producción y procesamiento que hicieron del consumo del café un producto de consumo mundial. También, los tiempos son otros, cuando a la cabeza de las exportaciones colombianas ya no figura el café, dando lugar a que los gobiernos miren para otro lado cuando la caficultora, por una razón o por otra, ha entrado en crisis comprometiendo una actividad agraria que permitió la educación de los hijos de varias generaciones de productores que desde las laderas de nuestras cordilleras lo cultivaron e hicieron de su producción y exportación un orgullo nacional. Pero hoy la suerte de la caficultora ha pasado ser otra. Hasta se la utiliza para sostener frondosas e ineptas burocracias de una Federación que ha venido a menos precisamente por esto. La crisis no solo es de ahora, viene gestándose desde hace más de quince años. Pero hace cuatro los políticos, creyeron resolverla con la expedición de la Ley 1337 de 2009, en la que se rendía homenaje a los caficultores, norma que fue apenas un simple cepillazo para ocultar, con motivo de los ochenta años de la Federación de Cafeteros, la incapacidad, tanto del gobierno como esta organización, para sostener la producción cafetera, castigada con los elevados costos de los insumos que ya la tenían al borde de la quiebra. De poco ha valido que sean 560.000 familias las que subsisten gracias al cultivo del café. Ha faltado visión de nuestros gobernantes, como si la han tenido los gobiernos franceses, españoles e italianos para sostener exitosamente la viticultura, frente a la competencia vinícola surgida en los últimos 20 años en Chile, La Argentina, Sudáfrica, Australia y California. Pero aquí no podemos.