En el libro del soberano y el político, inspirado en la cultura oriental, aparecen fábulas con tinte hiperbólico narrando historias de animales parlantes, revelando comportamientos de conductas similar a los humanos, como los diálogos entre el león y el buey, donde se suscitan toda una trama de engaños, hipocresía, ambiciones y traiciones, actuaciones que ocurren también en la civilización occidental. Estos comportamientos son de gran notoriedad en el estilo de ejercer la política y, Colombia no escapa a este mal endémico. En las mencionadas fábulas sus protagonistas son verdaderos arpías en el manejo utilitarista de la amistad, se pone de relieve una moral sin ninguna seriedad, concediendo mayor relevancia a las falacias engañando incautos servidores. Aparece en escena un rey con el deseo de gobernar su imperio, tomando como modelo al león, jefe supremo de la temible selva; pero a ese emperador sin escrúpulos, también lo acompaña la cobardía, le ocurre lo mismo que a su incitante inspirador el león, cuando escucha el mugido del manso buey se llena de pánico, pues no debería atemorizarse por ostentar el titulo de rey de los animales. El soberano del imperio con sus síntomas de cólera, vanidad y prepotencia viola sin límites la lealtad jurada, olvida por completo los servicios prestados de sus áulicos amigos; desde el omnímodo trono el rey del imperio tiene como a sus héroes al león y el confidente ministro toro, incluido dos chacales nauseabundos instigadores de la envidia al toro, con sus mañas torticeras logran ante la presencia del león hacerlo pasar por traidor, la indomable fiera en un arrebato de ira termina quitándole la vida. Estos relatos ejemplarizantes de la sabiduría popular, es un llamado a los pueblos del mundo, a la necesidad de reformar el poder político, un vehemente llamado a los electores a ejercer la expresión soberana del voto popular, para elegir líderes con amplia concepción del respeto por lo público; no dejarse engañar de candidatos que han llegado al poder con argucias, suben tan rápido como la velocidad del sonido, pero caen estrepitosamente del cielo, cual súbito meteoro causando daños incalculables. En aquella época de la historia del mundo musulmán de sangrientos califas, el estilo literario utilizado era simbólico evitando así el castigo de los tiranos, por fortuna hoy, en muchas naciones, no existe el delito de opinión. Recuerden “hay ardides que se vuelven contra el que los ha ideado”.