¿Estudiar para hacer política?

Supongo que no debe haber una pregunta más importante para hacerse hoy en día. Asumo, a su vez, que la formación académica de los aspirantes a ocupar un cargo de elección popular no debería ser motivo de debate; ésta debería tenerse por sentada, como un atributo sine qua non, aquellos, no podrían llegar a lo otro.
 
El primer punto al que, considero, se debe llegar, es a la pregunta sobre qué tipo de político quiero ser. Existe un caso, por demás muy raro, de una clase de líderes que con poca formación en aulas, pero compensada con bastas horas de lectura y conocimientos lógicos y humanos, han ocupado cargos presidenciales sin haber pisado una universidad. Ellos, políticos natos, forjados en luchas sociales y curtidos en el arte de la vida, aparecen en la historia para cambiar paradigmas y revolucionar pueblos enteros; son figuras milenarias que viven en el ideal de un país eternamente. Otros, quienes también han llegado a conducir países a trascendentales evoluciones, sí han recibido una formación abultada, en varias de las mejores casas de estudio del mundo. Casos tenemos por montones, aunque casi en su totalidad por fuera del sistema político colombiano, lastimosamente. Y por factor residual, existen de igual manera los personajes populachos, que sin estudios y sin lectura, sin conocimientos siquiera tangenciales de la administración pública, llegan a conducir una ciudad o un departamento aduciendo simple malicia indígena y experiencia práctica.
 
Ya ustedes sabrán a quiénes me refiero. Pongo en tela de juicio su eventual proceder al frente de una administración, cuando hasta sus propios títulos académicos son controvertidos. Uno los ve y los escucha y solo puede sentir miedo. Son burdos al hablar; sus discursos son un auténtico dédalo, pero la gente los aclama porque viven del fervor popular. Denotan el absurdo sofisma de que una persona del pueblo es aquel que más demuestra miseria; que se destaca entre lo más raso del montón siendo un hijo de la gente, cuyo mayor logro es haber conseguido dinero.
 
No es resentimiento, es preocupación. La humildad y la nobleza no tienen nada que ver con ser rico o pobre. Ahora, la capacidad de gestión y la proyección requerida para llevar a cabo un buen gobierno sí son necesarias, y que pena, pero eso solo se logra cuando se está preparado intelectualmente, de lo contrario, un alcalde o un gobernador no serían más que idiotas útiles de fuerzas políticas externas.
 
Neiva y el Huila tienen hoy en día la posibilidad de delegar la responsabilidad de administrar sus intereses a dos tipos de candidatos, curiosamente. En ambas esferas las similitudes son palpables. En los dos casos, uno de los candidatos con mayores posibilidades de ganar cuenta con la suficiente preparación intelectual, sustentada en una excelente formación académica para alcanzar exuberantes resultados. En ambos casos también, su principal contendor adolece de títulos, y sostiene su propuesta basado en la supuesta experiencia que ha conseguido a través de los años, aunque ésta se encuentre más que controvertida y reseñada.
 
La gran diferencia entre nuestro sistema y el de otros países es la importancia que se le da a la capacidad  que tiene la gente para liderar a otra gente. Liderarla bien, por supuesto. Nosotros, a diferencia de los canadienses o los ingleses, nos dejamos embelesar por el saltimbanqui de turno que supuestamente representa el interés del pueblo. Yo propongo que ésta realidad cambie a partir de ahora; el poder político debe obtenerse con credenciales, con títulos si fuere el caso. Sin más ni más la respuesta es obvia, la formación es importante, tanto o más que las mismas propuestas.

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