Las mujeres de hoy no somos las mismas de hace un siglo y ni siquiera de las de hace 50 años. Es tan dinámico el cambio que muchas de nosotras nos parecemos más a nuestras nietas que a nuestras hijas y definitivamente estamos muy alejadas de lo que fueron nuestras madres. Sin duda hoy estamos supuestamente empoderadas y más nuestras hijas y nietas: somos en promedio más educadas que los hombres en Colombia y en el resto del mundo; vivimos más años y lo más importante tenemos más años de vida saludable que ellos. De nuevo aquí y en Cafarnaúm. Muchas cosas han cambiado pero una frase resume la situación que sobre todo nos importa a las mujeres: nosotras estamos buscando a un hombre que no ha nacido y los hombres, con menos trabajo que nosotras, siguen buscando a aquella mujer que ya no existe: la resignada, la encerrada en el hogar, la dócil. Difícil recordar quien lo dijo primero, pero es una gran verdad.
Como el mundo sigue manejado por los hombres, nadie ha calculado y ni siquiera preguntado, cuál es el inmenso desperdicio que se está haciendo, educando al 50% de la población, mujeres obviamente, para que se desvalorice su esfuerzo ante la imposibilidad de equidad en los mercados laborales del mundo.
Donde están las barreras: obviamente en los valores patriarcales que lejos de evolucionar se acentúan ante el avance de las ideas conservadoras. ¿Y cómo se expresan? Asignando a las mujeres las tareas que se desprenden de la división sexual del trabajo que les asigna el cuidado del hogar y la familia y a los hombres la generación de ingresos. ¿Que esto ha dejado de ser cierto y que hoy pocos hogares sobreviven con un solo ingreso? Cierto, pero ¿cómo le va a las mujeres que se lanzan a combinar cuidado y trabajo remunerado? Sufren de pobreza de tiempo, agotamiento, discriminación, bajos salarios, alto desempleo, informalidad. Y en sus hogares y en la sociedad, censura y tensiones agotadoras. Las mujeres jóvenes dirán que ellas no sufren de esto. Subimos hasta donde los hombres no lo permiten. Y si no, a quedarse solas, opción que muchas mujeres en el mundo están tomando mientras se logra derrumbar las barreras.
El discurso tiene que cambiar y lo tenemos que hacer las mujeres. Del empoderamiento a la autonomía económica y esto empieza por: primero reconocer que la economía del cuidado, esas labores realizadas fundamentalmente por mujeres pero que pueden ser ejecutadas por terceras personas, tiene un valor económico, hacerlo visible y distribuirlo entre el Estado, el mercado y los hombres.
Se valora el cuidado de las personas, del ambiente, de los animales, que hoy está en crisis, y se mejora su calidad; se libera el tiempo de las mujeres que pueden acceder en mayor proporción al mercado laboral; se genera demanda de mano de obra por parte del Estado, del mercado y del sector privado que necesitan hombres y mujeres para asumir estas nuevas responsabilidades a su cargo y se aumenta el producto del país porque todo esto que antes era desconocido, adquiere valor económico. Es el camino al poder y a la igualdad de género porque no es una utopía. Estamos en camino de lograrlo.