Y aquí sólo necesitamos a alguien con maestría. Eso fue lo que me dijo la directora de un programa de maestría de una conocida universidad colombiana. Yo no salía de mi asombro pues me había presentado a esa convocatoria justamente porque cumplía con el perfil exigido. Además, tenía una fortaleza en el aspecto investigativo, en el que tanto se ha hacía énfasis en dicha oferta académica. Yo podría demostrar que no sólo había hecho investigación aquí, en el seno de la Academia Huilense de Historia sino en España, en grupos del Instituto Catalán de Antropología y del Centro de Estudios de L’Hospitalet. Y con publicaciones en Galicia, el País Vasco, Madrid, Catalunya pero también en Argentina y México, lo que sin lugar a dudas me convertía en la candidata idónea para el cargo solicitado. Pero no: ¡soy doctora! Y parece que en un país como éste en donde hace falta gente con altos estudios para cualificar los procesos educativos y con ello contribuir al conocimiento y al progreso, serlo es un problema. Pese a que, por ejemplo, en nuestro departamento las doctoras y doctores (y me refiero a quienes han hecho estudios a ese nivel y no a quienes se les denomina como tal por el mero hecho de ocupar un puesto público –o privado-, muchas veces gracias a algún enchufe político), son una pequeña minoría. ¿Cuántas personas con doctorado hay en la Universidad Surcolombiana? Y ¿Cuántas en las otras universidades privadas de Neiva y el Huila? Sería interesante hacer un estudio al respecto. Ahora bien el asunto de los estudios de postgrado en nuestro país es bien complejo. De hecho, como lo demuestran las estadísticas del Ministerio de Educación Nacional, en el 2010 aquí se contaba con 6.059 Especializaciones, frente a 216 programas de Doctorado y 1.076 de Maestría. Situación muy diferente ya no a la de los países europeos en donde los estudios de doctorado son fundamentales para acceder a la cátedra universitaria y por ello mismo para cualificar la educación, sino en países latinoamericanos como Chile, México, Argentina y Brasil, cuyos esfuerzos se encaminan no a las especializaciones, como ocurre por estos lares, sino a los estudios de maestría y doctorado. Y ¿a qué se debe esta situación? Según algunos expertos las causas van desde el alto costo de las matrículas y pasan por la baja calidad académica y la baja remuneración hasta llegar al hecho de que los programas ofrecidos no son los que se necesitan en un contexto como el nuestro. Pero ¿qué sucede con quienes hemos realizado estudios de doctorado fuera y regresamos para poner nuestros conocimientos al servicio de la región y el país? Que alguien ofrezca una respuesta, por favor. *Antropóloga e historiadora